15 de julio de 2008

MERODEANDO


Estos músicos merodeadores que acechan nuestra mirada nunca descansan. Te despiertan al alba y ya te están interrogando con sus instrumentos. Les parezco un ser horroroso y fanático, perteneciente a un género humano que siempre está odiándose.


Ellos conciben la belleza que encierra su naturaleza como la única vía para construir una vida en paz, lejos de la barbarie humana. Jamás disputan, constantemente interpretan, dialogan e inquieren.


Son creadores de una obra que satisface sus propias necesidades musicales y estéticas y utilizan a un humano, James Ensor, como el catalizador de los significados ocultos que quieren seguir siéndolo, pues nunca seremos capaces de determinar ni dar por concluido hasta qué punto el espíritu humano puede sumergirse en sus secretos (Goethe).


Mi amigo Humberto y yo nos asomamos a su mundo, del que precisamos conocer su esencia para imbuirnos de su historia. Divisamos entonces un horizonte puro, autónomo, lleno de líneas desnudas, de concavidades escondidas, de hondas matrices, y quedamos absortos, en silencio, hasta que nos dimos cuenta de la que la esencia es ignorancia de su propia finalidad.


Perpetuamente nos enfrentamos a los dichosos y desdichados límites y perpetuamente renegamos por nuestro desamparo, que sin el ron sería un cercado para convertirnos en habitantes en tinieblas.

13 de julio de 2008

MIEDOS


Yo tengo miedo del otro, del que está enfrente de mí o detrás, del que me rodea, del que me habla y no me dice nada.


Veo sus rostros macilentos, feos, sus bocas asimétricas, sus dientes negros, sus orejas simiescas, sus narices aplastadas.


Tengo miedo hasta el instante en que mi autorretrato en el espejo o en el lienzo me equipara, me horroriza y espanta. Ya soy otro devorador de sus tiempos y los míos, por eso dejo que la sangre corra por mi cara y que al llegar a mis labios me entre en la boca y me duerma con su sabor.


Karen Apel ha empastado el color de esos sueños en soledad, meretrices insatisfechas por el pago, prostitutas irredentas que nos condenan a no llevar máscaras, a mirarnos, en la vejez, con el odio de nuestras desdichas y envilecimientos, con el rencor de ser mortales en un mundo que ha decidido dejar de serlo.


Hoy no podemos faltar, es alba de resurrecciones en un malecón que ampara a un mar mestizo y sinuoso plagado de ondinas filiformes y habitantes hambrientos de cuerpos fugaces. Con toda su majestad intacta, paseaba la hermosa mulata Jeanne Duval, de la que estuvo enamorado Charles Baudelaire y que describía como "bruja de flanco de ébano, hija de mediasnoches negras, más deliciosa que el opio". Después de verla, mi amigo Humberto y yo envejecimos porque ese inolvidable momento tuvimos que retribuirlo con veinte años de nuestro mermado tiempo.

11 de julio de 2008

ENCUENTRO CON LOS MÚSICOS


Siempre me ha fascinado la representación de los ojos y las manos en el arte latinoamericano, ellos solos podrían escribir, y de hecho lo hacen, toda una historia de dolor y sufrimiento.


Son ojos que se han hecho grandes de tantos amaneceres duros y crueles en una geografía hostil, en una tierra que da para los que ya tienen y es árida para los que necesitan. Ojos con un hambre que de tanto maldecirla acaba en sangre.


Y unas manos enormes y ásperas condenadas a realizar un trabajo de siervos, a una vida de esfuerzos inútiles y pieles marchitas nada más nacer.


En el artista peruano, Juan Carlos Ñañake Torres, y en esta obra, "Músicos", se cruzan corrientes estéticas europeas y americanas en aras a configurar un universo apegado a sus propias raíces, al de una figuración que ensambla planos cromáticos pálidos y atenuados en una geometría de cuerpos que quiere ser símbolo de alegría y sempiterna resignación.


Podríamos hasta perdernos en referencias heterodoxas a vidrieras y retablos que emergen desde altares precolombinos o iglesias bizantinas. Sea lo que sea, Ñañake los ha bautizado de nuevo. Y han prendido en nuestra mirada otro inédito imaginario visual.


Mi amigo Humberto le estaba dando vueltas en su cabeza a lo que un "atrás del palo" le acababa de decir: "Uno se muere de ser genio pero para comer tiene que haber dinero". Entonces, viéndole apurado, le conseguí el encargo de un retrato a una morocha rica. Cuando le llevé la buena noticia me dijo: "A mí con un buen trasero me basta, con tal de que la piel no rechace la luz".

9 de julio de 2008

LOS NAÚFRAGOS DE LA MEDUSA


Thedore Géricault, el gran pintor romántico francés, pintó esta gran obra maestra una vez que había abruptamente roto sus relaciones con la mujer de uno de sus tíos, dejándola embarazada y desamparada. Fue expulsada al campo y su hijo dado en adopción. El escándalo se mantuvo en secreto hasta un siglo y medio después.


Atormentado por la culpa y la cobardía, se encerró durante dieciocho meses hasta dar por terminado el inmenso cuadro que presentó al salón oficial parisino en 1819, cuando contaba la edad de 27 años. En él se refleja el dramatismo incontenible de otra traición, la del capitán del "Medusa", que ordenó cortar las cuerdas con las que remolcaban a las 147 personas que se refugiaban en la balsa. Sólo se salvaron diez y algunos de ellos gracias a haber devorado los cadáveres que les rodeaban.


La desesperación del pintor cuando supo que no sería comprada por el gobierno fue enorme pues le dejaría sin el gran reconocimiento al que aspiraba. Entonces era el cuadro histórico el que daba la verdadera talla de un pintor.


Géricault ha tratado de expiar su traición con la obtención de la gloria por su ensalzamiento como creador de una monumental obra que recoge la inmensa tragedia fruto de otra traición. Pero fracasó.


Dos traiciones, dos tragedias. De una nos queda un testimonio inconmensurable, de la otra, la desventura de un artista que intentó después suicidarse varias veces hasta que finalmente, debido a una caída de un caballo, murió a los 32 años.


Mi amigo Humberto y yo hacemos cuentas y no nos salen las innumerables traiciones que tuvieron cabida en este malecón malhadado. Y al empezar con las tragedias tuvimos que detenernos, eran tantas que ni en los kilómetros hasta el puerto cabían. Mejor dejar que su memoria se pierda al sol de la mañana pues ya la sombra sabrá depositarlas en el recuerdo dormido de unos habitantes que ignoran que el sueño es una gran derrota.

UNA MIRADA SOBRE EL SUFRIMIENTO


La artista alemana Kathe Kollwitz nos legó una obra en que el sufrimiento y el arte, sin una voluntad inicial predeterminada pero que al final se manifestó como el fondo del pathos del que partir, se fundieron en una aleación de muerte y horror.


En esos dibujos quedó testimonio irrevocable de los años de acero del siglo XX, en que el hambre, la guerra, la miseria, el dolor, la muerte, hicieron que de sus manos temblorosas, heridas y agotadas, las fisonomías alcanzasen otra realidad, un espanto que se grabó como divisa de una humanidad que luchaba por su supervivencia y también por su derrota y extinción; ésa es la contradicción reflejada, con una mirada ciega, en un rostro que ya dejó de huir de tan ominoso horror.


El arte nos hace más visibles, más sublimes y palpables, estos delicados trazos de lo que nunca querríamos ver pero que están ahí. Y nos queda mucho silencio para contemplarlos.


Mi amigo Humberto y yo asistíamos a un día de difuntos en el malecón. Del ron trasegado se alzaban letanías en pos de vernos en la otra orilla antillana, pero el murmullo marino se tragaba nuestros rezos para evitar huidas de unas bendiciones execrables impartidas por las locas hechiceras que habitaban la penumbra.


7 de julio de 2008

CORAZÓN VIEJO


En Baja California nos encontramos con un artista mejicano, Roberto Rosique, y este "Corazón Viejo", que él ha construido con la magia de lo que hay dentro de lo físico y que está esperando que un buen explorador lo halle.


Los creadores que conciben y fecundan desde esta base material sus métodos de expresión poseen como una mediación orífice que les permite adentrarse con gran facilidad en estos terrenos y superficies, conociendo en cada momento el potencial característico de su naturaleza y su adaptación al proyecto del artista.


Y de esta forma se llega a la plasmación que viene después, la que conforma el encaje de la obra al lenguaje del tiempo mediante los rasgos estilísticos que le confieren autenticidad y autoridad, la que hace que nos seduzca por abrirnos una imagen, una visión, que guía nuestra mirada por unos cauces que intuitivamente estábamos esperando para saciar nuestra sed de ver bajo otros espejos.


Roberto lo ha conseguido por llevar permanentemente su oficio a apelar a instancias cada vez más plagadas de recursos, estímulos y consecuciones plásticas paralelas entre realidad y vida.


En esta obra, el corazón, un inmenso pulpo, se agarra inútilmente a una coreografía que lo está enterrando en un túmulo de acero para que su descanso eterno sea un colosal lamento. Así sea.


Sentados en el malecón bajo un día que se está convirtiendo en noche, le pregunto a mi amigo Humberto si sería capaz de pintar el silencio. Me contestó, sin dudarlo un segundo, que por supuesto, que sólo necesitaría diez ocas, veinte gallinas, cinco perros, tres jicoteas, dos puercos y una arrebatada. Enmudecí.

3 de julio de 2008

CHAMÁN


Las huellas del horror, los rastros de una vida encubierta, los indicios de mundos zoomórficos, pueblan nuestro imaginario de delirios.


Joseph Beuys, considerado el artista más influyente en la última posguerra alemana, oficiaba de chamán (o por lo menos tal función se le atribuía) extrayendo del mito, de la materia, de la leyenda y el folclore, iconos que representan el poder, la violencia, la amenaza, la agresión, aquello que, en definitiva, tomamos como fruto de nuestras propias pesadillas.


Son símbolos de los que ya no podemos prescindir, un referente en nuestra visión contemporánea y que forman parte de una introspección a la que en todo momento estamos abocados.


Cuando llegué al taller de mi amigo Humberto, estaba ante un lienzo con un loro en el hombro. Le pregunté para qué le servía y él me contestó que le ayudaba a no desviarse del camino trazado.


De lo cual me di cuenta después, cuando una fogosa mulata pasó ante nosotros, que el loro exclamó: ¡atrapa ese contorno! ¡Ahorma ese pubis! ¡Perfila esos senos! ¡Levanta ese trasero!


Al final, aprendimos a ver con los ojos del maldito pájaro -que se proclamó el mesías de las aves pintoras-, pero para entonces viejos, ciegos, cojos y cansados como estábamos, ni al tantear y acariciar con la mano, pudimos saber si era una virgen mestiza o albina impura. ¡Tanta impunidad hay en el oficio de forjar quimeras para un futuro sin presente!

1 de julio de 2008

BOCA ABAJO


Las imágenes boca abajo provocan sensación de vértigo, de pérdida de equilibrio, de caída mortal y hasta de fin del mundo.


Gorg Baselitz, artista alemán, que desde 1968 sólo pinta sus obras boca abajo, plantea un desafío al espectador conforme a lo que él concibe como una percepción racionalizadora, consistente en la inversión del orden de apreciación del objeto visual, comenzando primeramente por lo matérico, la textura y el color.


Pero también emplaza al observador para que la mirada, desconcertada y sin puntos de apoyo, busque dentro de sí las referencias más irracionales e inverosímiles con las que confrontar este nuevo enfoque de la idea plástica, en un intento desesperado de componer un nuevo orden.


Tal formulación pone a prueba nuestra capacidad de recipientes y receptores y suscita un dilema que aborda la persistencia de convenciones y prejuicios, la primacía del sentimiento y emoción de lo estético, la adaptación a las transformaciones en nuestras relaciones con la imagen y los derroteros del hecho artístico.


Y en este terreno, además de los recursos ideográficos con los que contamos, también juega la visión de lo que queremos y nos imaginamos como contrapunto de lo que somos y donde estamos.


Al penetrar en el taller de mi amigo Humberto me encuentro en el caballete un retrato de mujer de cuerpo entero. Me extrañó porque últimamente sólo pinta jergones desnudos en cuartos oscuros, donde se echa a dormir para palpar soledades.


El cuerpo estaba cubierto con un tejido de gasa que dejaba entrever sus armónicas formas. Se trataba de la mujer de un cliente, pero me aclaró que únicamente el rostro era de ella, el resto pertenecía a una modelo mulata que encontró en el malecón.


- ¿Y qué le ha parecido al cliente?


- ¡Triste miseria! Quedó tan complacido que lo primero que ha hecho es pedirme el teléfono de la modelo y salir corriendo a llamarla.

DIANA Y ACTEÓN/LA TENTACIÓN DE SAN ANTONIO


Cuenta Ambroise Vollard, en sus "Memorias de un vendedor de cuadros", que cuando organizó una exposición con obras de Cézanne, a uno de los lienzos, que representaba a unas bañistas desnudas al aire libre cercanas a una figura de pastor, se le puso un marco del que se le olvidó quitar el anterior título de "Diana y Acteón".


En las críticas se describió el cuadro como si efectivamente se tratase del baño de Diana. Incluso un crítico llegó a alabar la noble actitud de la diosa y el púdico aspecto de las vírgenes que la rodeaban, admirando especialmente el gesto de la doncella que extendía el brazo, como diciendo: ¡vete!


Poco después le pidieron al marchante "La tentación de San Antonio" para otra exposición. Como ya la había vendido se le ocurrió enviar, sin título, el cuadro de las bañistas. Los organizadores, al recibirlo, lo catalogaron sin más con el título de la obra que habían solicitado.


La crítica, esta vez, descubría la sonrisa hechicera y pérfida de una hija de Satán que trataba de seducir, no ya a Acteón, sino a un patético San Antonio.


Cuando Vollard contó a Cézanne lo ocurrido, éste le contestó:


¡Si no tenía asunto! He querido sólo recoger ciertos movimientos.


Encontré a mi amigo Humberto descargando su zozobra tirando piedras contra una valla. Me extrañó porque él es siempre muy cuidadoso en lo tocante a provocar daños a las personas y a las cosas. Y si lo causaba, lo reparaba inmediatamente. Iba a hablarle cuando de pronto irrumpió una moza morena y de buen ver que le gritó:


¡Mira, hermano, que mi rapaz está por ahí jugando y me lo puedes matar!


Él, sin levantar la vista, le contestó:


No se preocupe, mujer, que le haré a Usted otro inmediatamente!

30 de junio de 2008

LOS ROSTROS QUE NO VEMOS


  • Frank Auerbach no hace retratos de rostros sino que ellos mismos dejan que el denso empaste cromático los vaya exteriorizando hasta que sean ásperos fósiles enmascarados. Él se limita a ser un mediador que intercede.

  • E intercede dibujando en la faz edad, dolor, sufrimiento, odio, indiferencia, rabia, frustración, cada grueso trazo es un rasgo que se va definiendo, que va tomando la forma de lo grotesco, momento en que la belleza, llena de conmiseración, rescata esas facciones y de un soplo les da color y vida. Y así han de permanecer hasta que el tiempo de la inmortalidad dé paso al de las cenizas. Mientras tanto se hablan en silencio pues han perdido la fe en la voz que les había de salvar.






  • En el malecón, hoy, se representa un melodrama en el que los espantajos sufren una metamorfosis durante unas horas, en las que redimen su fealdad y cantan a su nueva belleza. Mi amigo Humberto y yo nos sumamos al acto de este grandioso escenario esperanzados en el encuentro con nuestra vertiente hermosa y rebosante de placeres invictos.

  • No sucedió así, la mudanza se nos vetó por ser seres apátridas, vivir en constante penumbra y no poder pintar más que habitantes incapaces de vivir fuera de las tinieblas. En el camino de regreso no sollozamos más que ron.

26 de junio de 2008

LA ISLA DE LOS MUERTOS


A través del paisaje se han llevado a cabo innumerables renovaciones y transformaciones de la sustancia pictórica. Los artistas han sabido ver en él la matriz para la conformación de visiones innovadoras entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la realidad y la fantasía, entre lo físico y lo inmaterial.


Ante esta obra, "La isla de los muertos", de Arnold Böcklin, pintor suizo injustamente olvidado y no muy valorado, nos atrapa la incitación a formar parte de ese minúsculo cortejo -de hecho lo vamos acompañando con los ojos- y a ser protagonistas de una ceremonia que en un anfiteatro tan sobrenatural adquiere una dimensión cósmica.


El artista, fiel a un romanticismo que entonces estaba en su momento álgido, ha sabido reflejar con un virtuosismo casi imposible el pensamiento de la mortalidad que nos oprime y al mismo tiempo nos seduce, con el fin de abandonarnos en el otro lado, en un instante de dramaturgia fría, solitaria, silenciosa, mórbida, si bien majestuosa.


Un cúmulo de visiones y sensaciones atenaza nuestro cuerpo cuando la mirada se posa en ese paisaje que no por fantástico es menos real, tal es la penetración de una pintura que roza la perfección gracias a que todos los elementos que juegan dentro de ella conjugan su autonomía plástica con su pleno ajuste en la unicidad de la obra.


Mi amigo Humberto y yo buscamos entre los cayos del Oriente esa isla, pero la más parecida que encontramos estaba atestada de caimanes gigantescos que después de devorarte se encargaban de depositar tus restos en nichos construidos en los arrecifes.


No nos movió tanta sensibilidad con nosotros mismos como para poder probar fortuna en ella, por lo que decidimos regresar al malecón y convertir en cenizas unos granos de maíz que con unas gotas de ron y unas pavesas de tagarnina catalizarían nuestras mermadas fuerzas a la hora del desposorio con nuestra hada letal.

25 de junio de 2008

CHANGÓ


Mi amigo Humberto y yo divisamos al obeso y monstruoso Changó apostado en una esquina del malecón. Hijo no querido de Aggayú y Yemayá, la dueña del mar, fue adoptado por Obatalá, el señor del pensamiento. Expulsado del Congo, se encontró camino del destierro a Orula, a quien hizo entrega del tablero de Ifá, del que fue su oráculo. Mujeriego impenitente y pendenciero, estaba casado con Obba, teniendo como amantes a Oyá, señora de los vientos, y a Ochún, la más hermosa.


Nos hizo una seña para que nos acercásemos y según nos aproximábamos observamos que estaba vestido con una túnica de mujer y unas trenzas. Nos explicó que estando en la vivienda de Oyá, su barragana y esposa también de Oggún, señor de los hierros, fue cercado por unos enemigos, de los cuales sólo pudo escapar disfrazado de tal guisa.


Para celebrarlo, nos convidó a abo (cordero), gallo rojo, aguera (codorniz), ayapa (jicotea), guinea, toro, pavo, gallos jabaos y plátano.


Después nos tocó el güiro, que le había regalado su padrino Osain, con la boca y un dedo, y también nos adivinó nuestro destino con el caracol y los cocos.


Una vez que se despidió de nosotros, los aullidos del viento nos obligaron a guarecernos en el obrador, que al amanecer se nos apareció más lúgubre y cavernoso que nunca.


Humberto tomó un pincel con el que desflorar la tela mientras yo aporreaba los tres tambores sagrados (okónkolo, itótele e iyá), hasta que la efigie tomó forma y vida mediante la caída de un espantoso rayo. Ante ella brindamos con harina de maíz y lilá pues por un día más estábamos a salvo.

24 de junio de 2008

LA LOCURA


Gabriel García Muñoz, "Pintura", joven artista español, nos ofrece un retrato de la locura que gracias a su vertiginosa economía de medios muestra una visión que despoja lo accidental de lo exterior para configurar el esqueleto plástico de lo interior.


Es un viaje inverso que potencia el factor expresivo de lo que ya es esencia, núcleo de la supuesta defensa del hombre ante el caos. Pues esa figura entre barrotes de sangre no deja que la demencia nos horrorice sino la lucidez que la anima, la provoca y la hace sufrir.


Decía Hermann Broch que el arte nace del presentimiento de la realidad, Samuel Beckett añadiría que el arte es la apoteosis de la soledad y Herbert Read concluiría afirmando que la actividad artística comienza cuando el hombre se halla frente al mundo visible como algo infinitamente enigmático.


Presentimiento, soledad y enigma que convergen en la locura a modo de un discurso estético del que es ejemplo la desnudez pictórica de esta obra como fruto de un destino que está dentro de nosotros y que sólo lo vemos cuando el pintor lo pone delante de nuestra mirada.


Él permite que, a través de nuestros ojos, de nuestra memoria, sensibilidad e inteligencia, rellenemos esos vacíos entre las líneas y ese entorno crepuscular que interiorizan la enajenación que indiferentemente padecemos hasta que un día lleguemos al lugar donde ha estado él. Entonces el retrato se hará vivo y buscará la materia de la que estamos hechos para encarnarse.


El malecón guarda fielmente nuestros secretos y locuras, y lo hace con el cariño de un anciano protector, borracho de siglos y sediento de carnes. Mi amigo Humberto y yo le confiamos casi todos los días los sinsabores de nuestras penitencias y él nos abruma con las insensateces de sus pesares. Al final nos reprocha con lo de que ya es hora que en la pintura de Humberto aparezca la presencia del vacío, único homúnculo que puede redimirnos de una soledad y locura colectivas entre tanta penumbra.

22 de junio de 2008

TEORÍA DE JUEGOS


Jesús Vázquez, joven artista sevillano, guarda el secreto de un delirio en su cerebro y una idea fría en la manera de ejecutarlo pues sabe como abrazar el medio creador idóneo para darle forma.


La experiencia invisible, nos señala el artista, es una metáfora de la realidad y yo pinto esa alegoría para que se haga visible a modo de delirio.


Y nos traslada a las catacumbas donde esa quimera se fraguó y comenzó a tomar cuerpo, a estrujar líneas, a seguir los meandros de un dibujo que sabe como someter perfiles, a buscar las sendas cromáticas que destapen escenografías fantásticas de ultratumba.


Y lo que queda es ya leyenda, mito, imágenes en las que el significado de la vida se confunde con significados de otra existencia, se anhela otra muerte con distinta resurrección, mediante el lenguaje del éxtasis y el arte para alcanzarla.


En esta obra, trasciende lo caricaturesco para construir una atmósfera turbia, helada, en la que el color se ajusta de manera precisa a su cometido de expresividad concreta, no sale de sus contornos ni finge otras texturas, se concentra en la propia teoría que se representa, aquélla en la que desde la época medieval no sabemos como interpretar y por eso siempre somos incapaces de ganar. Él piensa que sí y para eso tiene esa magia que gracias a su poder de visualización penetra en nuestra mirada y la hace soñar.


Mi amigo Humberto y yo somos como dos fantasmas que mendigan por un malecón encinta de criaturas que no han empezado a hablar y ya gritan. Pero el grito se hace sombra, y nosotros nos guarecemos en ella para no perder la poca sangre que nos queda en provocar ardores ya hartos de rogar por una vida que no tiene más sol que una perpetua penumbra.

19 de junio de 2008

YEMAYÁ


Ayer, cuando mi amigo Humberto y yo limpiábamos y organizábamos el taller, percibimos la presencia etérea de un cuerpo que nos inmovilizaba con su sombra. Al ver la piedra de mar que portaba, nos dimos cuenta de que era Yemayá, que nos declaró hijos del santo y nos conminó a revelar su efigie en una tela que serviría para el llamamiento espiritual de lucumíes-yoruba, congos, carabalíes, mandingas, arará, gangá y mina en el malecón.


Sobre nosotros recaería una sentencia de oprobio si no cumplíamos lo decretado y sobre nosotros recaería una maldición eterna si del icono erigido no surtía la solicitud de estos habitantes para la cremación en hoguera de los "mongos" John, Canot, Blanco Fernández de la Trava (el de Gallinas) y Cha Cha (el brasileño Francisco Félix de Souza).


Al acabar el retrato, del que emanaban sonoridades yorubas y abakúas, la orisha nos quemó los labios con carbones ardiendo y nos hizo beber aguardiente de caña para aplacar nuestra sed.


Amanecimos hambrientos pero ya no pudimos comer, únicamente el ron se paseaba por nuestra garganta en busca de un abismo sin seres que sumergir.

18 de junio de 2008

FRONTERAS


Javier G. Vidal, joven artista navarro, autor de esta obra, es otro enviadable modelo de creador total, del que siente que el arte se manifiesta en distintos ámbitos, en diferentes entornos, en múltiples espacios, con incontables medios y recursos.


Por eso es fotógrafo, escultor y pintor, por ello ejemplifica una pasión que sólo tiene la frontera de un nuevo descubrimiento, de un innovador hallazgo que le permita continuar la ruta hasta el siguiente trecho en el que reposar lo construido, volver a analizarlo y descomponerlo, porque siempre hay algo que ha quedado latente pidiendo ser sacrificado. Nosotros estamos para verlo, él para exorcizarlo.


En esta pintura, el incendio evoca un todo emocional de rachas huracanadas que desvelan las turbulencias que es capaz de desencadenar la incandescencia del color depurándose a sí mismo. En esa fuerza radica un impulso incontenible que surge como un tornado de un mar en agonía. Ha conseguido que la oquedad que padecemos se llene y suspire.


Las ánimas vuelven al malecón habanero vestidas con túnicas rojas y rezando por los que como mi amigo Humberto y yo avanzamos perdidos en el bosque sombrío de un amanecer estéril. La música ya no suena y el color se mudó de esquina. Ahí quedó el lienzo reflejando nuestro vacío.

17 de junio de 2008

PÁJARO EN EL ESPACIO


Cuando en 1.926 Brancusi viajó a Estados Unidos con su escultura "Pájaro en el espacio", la aduana americana declaró que tal objeto no era una obra de arte y por lo tanto habría de pagar la tasa correspondiente a la catalogada como material bruto.


El artista recurrió esta decisión y finalmente, en 1.928, la Corte Suprema sentenció a su favor considerando que aunque no era una obra de arte realista pertenecía a una nueva tendencia.


Esta incomprensión y ceguera nos lleva a esos años en que el arte comienza a desnudarse, a transmutarse, a construir formas que tienen un lenguaje propio que nos traslada un mensaje que hemos de saber descifrar en sus propios términos, no en los nuestros, pues aunque emana del mismo hombre, es una criatura que éste ha sabido encontrar, agrandar, evolucionar, darle vida y convertirlo en un ser que expresa nuestras más íntimas desolaciones, soledades, angustias y regocijos. Después lo describimos con sustantivos, adjetivos y hasta adverbios. No hacía falta, la brújula indicaba la dirección segura.


Mi amigo Humberto y yo oteábamos la carne opaca que deambulaba en el entorno del taller en esta noche de vírgenes marchitas. Las texturas tomaban en el lienzo el color de una pasión ardiente, que no sólo era de ron sino también de cuerpos oscuros que se consumían en un éxtasis de fuego que nos abrasaba de hielo y nos condenaba a seguir ciegos.

12 de junio de 2008

EL SUEÑO DE UNA CALAVERA


Luis Fernández, pintor nacido en Asturias a la que abandonó muy pronto, conjura con esta obra una dimensión que le permita acceder a la sensación de tentar la verdad de nuestra mortalidad.


En sus calaveras se perfilan ángulos, contornos, prismas, que modelan un pictograma en claroscuros hasta no inferir si es el desnudo de una cabeza o lo que paulatinamente se ha formado ensamblándose internamente y emergiendo de un fondo oscuro, el de una capilla de ánimas desaparecidas.


En todo caso, construye la belleza fría de estos cráneos con esa luz de crepúsculo y esa marea de color estática,como la reflexión de una contradicción entre lo que se deja y lo que nos llevamos. Y él sostiene que la armonía, la gracia y la perfección no deben ausentarse ni cuando ya somos una simple osamenta.


Obra que apacigua temores pero no dudas, que es símbolo de fugacidad pero perenne en su estética para que haya una continua meditación. El pintor convino en llevarla a cabo pintando la magia de esa caja ósea en repetidas ocasiones porque en cada una de ellas subyacían, en paz y sosiego, sus propias preguntas y respuestas. Y quizás también las nuestras.


Hoy el malecón solloza de tanta maldad. Olokun desencadenó un mar áspero que pisotea las entrañas de los moradores que suplican una caricia de sal. Los orishas Elegguá, Oggún, Ochosi, Osun, no están para defendernos. Mi amigo Humberto y yo, despavoridos, fuimos a echarnos los caracoles. Los suyos se mantuvieron mudos, los míos pintaron una cruz blanca y una línea oscura, señal de que mi tiempo se va acabando.

11 de junio de 2008

POST MORTEM


El artista asturiano Juan Carlos Carrasco, en su exposición "POST MORTEM" recientemente inaugurada en Gijón, ha iniciado su aventura partiendo en cierto sentido de una cercana referencia a las singladuras formales y conceptuales en que se embarcó la "Nueva Objetividad" alemana, el realismo mágico o incluso De Chirico (por algo había que empezar), para construir su propio proyecto, que al mismo tiempo lo circunscribe a la contemporaneidad más visible y emblemática a través de formatos ópticos cuya vocación estilística es situar la imagen como signo de una cultura señalada por el impacto reverencial a la virtualidad de la imagen.

Con ello, introduce el mensaje visual de una concepción plástica que tiene al hombre como su principal objeto, como su más obsesiva alegoría, investida de espacios de luz que revisten una envoltura cosmológica.

Por eso, hay cierto sarcasmo, cierta ironía, pero también compasión, distanciamiento, juego, escepticismo, en el dibujo de esos seres antropomórficos, asexuados, que no son conscientes de su condición mortal, ni de una naturaleza que les deja indefensos ante su fin.

Los planos cromáticos luminosos son el contorno de una fábula desmitificadora que nos conduce a aquellos que son nuestros miedos más íntimos, más inconfesables, y no deja de haber por ello un propósito festivo, jocoso, que induce a la mirada a un esfuerzo de introspección para hallar el testigo de la fe en un destino en el que no se quiere pensar.

Obra que hace de la paradoja una visión que deslumbra por sus amplios planos, por sus abiertas perspectivas, por sus apiñadas criaturas deambulado incansables en un círculo post mortem.

Mi amigo Humberto y yo, ensimismados en esta reflexiones, nos encontramos a la entrada del cementerio. La mísmisima muerte, Ikú, nos abre la puerta y nos lleva hasta Eggún, el espíritu de los muertos, y Yewá, la lechuza que vigila, que nos presentan a Oyá, la dueña de las tumbas. Sacamos el ron y nos pusimos todos a brindar porque nuestro itutú, llegado el momento, serenase nuestra alma y nos diese descanso eterno. Seguro que Juan Carlos así lo hubiese querido y deseado.

10 de junio de 2008

ENIGMA


Gauguin, en este autorretrato, comparece como un jeroglífico que quiere y no quiere ser descifrado. La vanidad incrustada en la verdad o un deseo ya perdido que ofrendar.


Creo que casi todos los artistas se reservan un trozo de enigma que guardan en la caja fuerte de su cerebro y que no permiten desentrañar por el riesgo de ofrecer al espectador la clave más oculta de su capacidad y talento para descodificar lo que no se ve y transmutarlo en un hacer plástico destinado a incorporarse a nuestro imaginario.


Por eso él no transmite más que un prontuario o una sinopsis, el resto lo ha de completar el que ve, observa, descubre, intuye, que de esta forma se hace partícipe de la obra si la ha valorado como conocimiento propio, como atlas de su propia geografía visual.


Este magistral autorretrato confronta su mirada con la nuestra, casi como de reojo, y nos reta a descubrirle más allá de la mera apariencia que se desdobla en cada línea, en cada contorno, en cada forma y filigrana. El secreto está fundido con cada pincelada.


Mi amigo Humberto y yo, bajo un crepúsculo de óleo en el malecón, percibimos la presencia de Yemayá. Estaba licuada en la atmósfera. No era Yemayá Asesú, la de las aguas tranquilas, ni la agresiva Yemayá Okuti, tampoco Yemayá Konlá, la que hace espuma a las orillas del mar. Eran todas un solo mar, el nuestro, el Caribe de fondos ignotos y ondinas mestizas.


Acabamos el ron y regresamos al túnel que nos sirve de madriguera hasta que llegue el wemilere, la fiesta de los santos, que en su júbilo nos proporcionará luz con la que trasladar la eternidad al lienzo, ciego de tanta oscuridad.

WALTER BODMER (1903-1973) / ¿QUÉ SON?