Yo tengo miedo del otro, del que está enfrente de mí o detrás, del que me rodea, del que me habla y no me dice nada.
Veo sus rostros macilentos, feos, sus bocas asimétricas, sus dientes negros, sus orejas simiescas, sus narices aplastadas.
Tengo miedo hasta el instante en que mi autorretrato en el espejo o en el lienzo me equipara, me horroriza y espanta. Ya soy otro devorador de sus tiempos y los míos, por eso dejo que la sangre corra por mi cara y que al llegar a mis labios me entre en la boca y me duerma con su sabor.
Karen Apel ha empastado el color de esos sueños en soledad, meretrices insatisfechas por el pago, prostitutas irredentas que nos condenan a no llevar máscaras, a mirarnos, en la vejez, con el odio de nuestras desdichas y envilecimientos, con el rencor de ser mortales en un mundo que ha decidido dejar de serlo.
Hoy no podemos faltar, es alba de resurrecciones en un malecón que ampara a un mar mestizo y sinuoso plagado de ondinas filiformes y habitantes hambrientos de cuerpos fugaces. Con toda su majestad intacta, paseaba la hermosa mulata Jeanne Duval, de la que estuvo enamorado Charles Baudelaire y que describía como "bruja de flanco de ébano, hija de mediasnoches negras, más deliciosa que el opio". Después de verla, mi amigo Humberto y yo envejecimos porque ese inolvidable momento tuvimos que retribuirlo con veinte años de nuestro mermado tiempo.
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