PERE LLOBERA (1970) / NUNCA TENGO UN DÍA NORMAL
- El catalán LLOBERA tiene en la pintura tosca, ruda, desbordada, configurada a trallazos, el sentido de la hipérbole de nuestro tiempo, bajo la cual los personajes son factores visuales de locura, agitación y caos. Es como si una apuesta sobre el grado al que llevar su creatividad, le forzase a desencadenar estos parajes interiores de vida desmedida.
- Tal desastre, enmarcado en un cromatismo sucio, cargado, viscoso, sombrío, no quiere marcar distancias entre su visión y la del espectador. El apelotonamiento en los lugares donde discurre la acción gravita sobre el hecho de aquél al que no vemos por tenerlo tan cerca, al que no percibimos hasta estar dentro.
- Por lo tanto, configurar tales y supuestas imposturas retoma hoy una puesta a punto de lo que califica a la plástica a través de senderos adyacentes y peligrosos porque marcan con formas y organizaciones letales entendimientos doctrinarios, incluso los preceptos de misales que aunque ya no son letanías tienen todavía mucho de orientaciones conciliares.
- Y así, conforme vamos verificando el sello de esta representación que no cede espacios a una meditación que no sea de principios y panfletos, comprobamos que estamos dentro de la concepción posmoderna -si me la acabo de inventar tampoco pasa nada- de un realismo que se sostiene en firme pero frágil equilibrio de una puerta, dándonos la espalda para que no creamos que está rindiendo honores al estilo de lo que ya no tiene ni enmienda.
- El canon del mortero te mancha la nariz, la sección
- aúrea se presenta como el estofado de una Baviera
- de juguete. El ojo no tiene por qué parecerse al sol.
- ¡Jehová del sargazo un cometa para estas bravuconerías!
(José Lezama Lima).
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