- Lyotard se equivoca de pleno, y pido excusas por llevarle la contraria a este exclusivo autor, cuando afirma que el ámbito de la pintura moderna es hacer ver que hay algo que se puede concebir y que en realidad no se puede ver ni hacer ver. Por el contrario, en ocasiones, la concepción se queda corta con respecto a la creación y plasmación, que van tan lejos que no somos capaces ni de seguirlas, ni siquiera de intuirlas.
- Con el alemán de la Nueva Objetividad, SCHOLZ, que hasta este momento se me había despistado por mi culpa no por la de él, que quede claro, recuperamos ese esfuerzo por dar a luz entre guerras lo más "estético" de su tiempo, de su sociedad y de su historia.
- Sus definiciones plásticas tienen aristas y ángulos que desmontan tópicos y convenciones axiológicas, envilecen las exclamaciones sagradas y profanas y nos invitan a devorarnos entre retrato y retrato, con una pausa para el coito con la "boterónoma". Anticipadamente podíamos dudar del uso de esos recursos, tanto cubistas, futuristas, como expresionistas o realistas, pero no de la solidez y angustia de sus resultados.
- La pintura, en esta obra, se vislumbra con contenidos que no buscan ni encuentran pulcritud, ni desgranan ese prontuario de miradas intervenidas por la corrección de nuevos cánones. Como todos los componentes de ese movimiento, metabolizan una humanidad desmembrada que tiende al juego del horror, cuya retórica es la referida a los muertos que suman y se abonnn en la cuenta del debe. Y es así a pesar de que la gorda desnuda se impaciente por vernos todavía vestidos.
- Me escribe Humberto desde El Malecón que anda con un sapo atado de una soga por toda La Habana regateando latidos de hojalata para su corazón, pero siempre, aunque estuviesen fuera de uso, bruñidos y amulatados. Todo con tal de seguir pintando pancartas proletarias para paladares endeudados.