Gonzalo Duport, artista argentino, tiene la misma convicción de Sartre, en lo referente a que "hay un momento en que las evidencias se embotan, las luces se apagan, cae la noche; la gente se percata que anda a ciegas y, por lo tanto, se necesita una luz nueva, un enfoque nuevo: es entonces cuando un objeto aparece como problema".
Pero él no deja que sus criaturas sigan ciegas, no vean ni se fijen en nada, no sean objeto, porque es nuestra mirada la que esperan para reencarnarse a sí mismas. Deja que se apropien de los colores de la soledad y de la incomunicación en un espacio en el que el rojo cierra una cárcel que no tiene salida.
Es una pintura en que la economía de rasgos acentúa lo desventurado y confronta al observador con su propia desdicha de personaje de indeterminado destino.
Encuentro a mi amigo Humberto buscando cangrejos en las rocas del malecón. Le pregunté por la razón de este rastreo inútil y él me respondió que estos cárabos tenían en sus ojos el misterio de una perla con la que poder salir de esta tormentosa penumbra. Si eso fuera así, le dije, los que se los han comido serían bombillas andantes y no veía ninguna a lo largo del muro.