Mi amigo Humberto me habló de un colega suyo, Orestes Castro, otro artista cubano que tiene extrañas melancolías de ultratumba. Y no es el único.
Por eso su pintura goza con la vida de los espectros y les convoca ante un denso telón de sangre para que sus diálogos sean más sonoros y se renueven con el eco.
Pero no hay horror ni maldiciones sino ironía, seducción y ternura, y amor también. Igual que en un fresco medieval, él rinde culto a los que una vez enterrados han sido olvidados. Y al mismo tiempo rescata y reivindica a estos marginados óseos para que sepamos que nos están esperando.
La escenificación plástica es vibrante, fuertemente expresiva y atractiva, que nos concilia con el vértigo de lo que todo artista quiere expresar: el absoluto de la extinción.
Mi amigo Humberto, salvado del agua, rebaña la sal que necesita para poder empezar de nuevo. No le va a ser fácil, las manos ya no quieren obedecerle porque aunque no lo han pintado, ya lo han visto todo.
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