- ¡Qué mejor reflexión y goce que la pintura de este artista cubano sobre las vicisitudes contemporáneas? Un discurso plástico, construido por medio de una definición nítida de volúmenes, líneas y colores virtuosamente detonados, que empuña una ficción visual con la sátira cariñosa de una serpiente resabiada.
- Entre un formato de cómic y uno puramente pictórico, MAGDIEL WILFREDO extiende su imaginario con la perfección de un embalsamador momificando cadáveres, hasta concebir una crónica rumbosa de personajes y situaciones que nos conducen a un revolcón contemplativo sin pretextos convencionales.
- Una plasmación que no duda sobre los fines creativos a los que se somete, no sin ionía, no sin poner los pies por alto y descargar sus piezas de artillería. Y una representación de la que forman parte nuestras vivencias contenidas en unas sociedades de distinto signo, que podemos visualizar como un prontuario de realidades a percibir tanto como sentir y pensar.
- Bien es verdad que no creo que esta obra se incluya plenamente, por fortuna o desgracia para el autor, en esa cierta espectacularización del arte que lo ha convertido en un objeto de consumo y por tanto en un producto mercantil más. Puesto que si hacemos caso a Guy Debord, hemos de considerar que la dominación espectacular organiza con destreza la ignorancia de todo lo que sucede e, inmediatamente después, el olvido de lo que, a pesar de todo, ha llegado a conocerse.
- Vi lo que no vi,
- pero ¿el ojo?
- Precisó.