Giorgio Vasari fue el primer historiador del arte y además el que afirmaba que la obra de arte está íntimamente vinculada a la vida del artista.
Winckelman, adujo, más tarde, que el arte no era tanto cuestión del artista como de la cultura y su desarrollo, esbozando toda una concepción idealista. De ahí se pasó a formulaciones nacionalistas y deterministas.
Pero ya en el siglo XIX aparecieron los "atribucionistas", cuya base era la investigación filológica, predecesora del formalismo, el cual se atiene a los rasgos formales de los diferentes estilos (Wölfflin) mientras que para la teoría iconólogica (Warburg) las obras de arte son símbolos culturales complejos.
Por otro lado, se forma una escuela sociológica que se centra en las estructuras colectivas como entes que explican y moldean el hecho artístico (Argan).
Y también hay otra rama que toma como eje el arte como un lenguaje específico.
Mi amigo Humberto y yo, contemplando esta obra del fantástico pintor asturiano Orlando Pelayo, nos preguntamos por la razón de tanto ardor en desentrañar un misterio. Pero nuestras estériles divagaciones no alcanzan a entrever el núcleo de esta voluntad apropiadora. Dicen que solamente los sentimientos más profundos son capaces de convocar a los espíritus invisibles, y nosotros, eso está claro, carecemos de ambos.
Acostados en el muro del malecón, nos dejamos llevar por una liturgia de visualización plástica que no requiere más ejercicio que seguir la línea de la densidad carnal híbrida que nos rodea. Abriendo bien el ojo se descubre todo un continente lleno de éxtasis salvajes que pintar.