Ante este cuadro, "Trampa de luz", de la pintora mejicana Verónica Elías Arriaga, me asaltó la idea de que hay dos miradas, como mínimo, que se desatan en nuestros ojos en presencia de una obra de arte.
La mirada exterior es la que viaja y nos conduce por los recovecos de la forma, por sus detalles, analogías, por el proyecto que se perfila en la textura, en el entramado del color, en la imagen que hacía visible la estructura compositiva y su organización. Es decir, en todo aquello que marcaba la comunicación que quería establecer.
Sin embargo, existe una mirada interior que simultáneamente se desprende de nuestra retina, penetra en el recinto físico del lienzo y se coloca en el punto central -en este caso- en que se divide la tela. Desde ahí esa mirada se convierte en ficción, desencadena pensamientos, evocaciones, percepciones que configuran una historia y hasta un destino. Una ensoñación que se narra a sí misma y a nosotros con ella.
Son múltiples los signos y distintas las tesituras que convergen en la magia de una representación y es de esperar que seamos capaces de verlos todos.
Al final, a mi amigo Humberto y a mí las dos miradas nos hacen despertar, y él me dice, rodeados por las niñas rumberas que desaliñan la madrugada en el malecón, que se acabaron las súplicas de sus bailes para perdernos en más historias. Y sin ron volvimos una mañana más a desandar un camino que ni siquiera el alba habitaba.
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