"Mito de hielo", este reciente y fascinante lienzo de mi amigo Humberto que me ha permitido darle este título, ofrece un testimonio inigualable de como en la mente de un artista se vislumbra primero y cuaja después un pensamiento imprevisible ligado a la historia y la simbología de una tierra, pero mediatizado por la angustia aciaga de que ésa es la suya, la que bendice y maldice al mismo tiempo.
Es sin lugar a dudas la prueba de un advenimiento a la imaginación de una necesidad telúrica que se gesta conforme a los sedimentos culturales, sociales y étnicos de una isla que siempre parece estar reivindicando un pasado que no tuvo y un futuro que ya ha pasado.
Humberto ha sido ese agente inconsciente de este resurgimiento del mito a través de un presente que está congelado, que es de un acero que ni siquiera flota en unas aguas manchadas por un sol ya cansado de alentar inútilmente el nacimiento de nuevas crónicas a las que concurrir con otras ansias.
Y él siente el frío inmisericorde del puñal, el hielo implacable del hierro y la criatura alada que con ellos amenaza la vida de unos habitantes que a falta de confines quieren seguir dormidos. Y si despiertan es para oír una música que atrone ámbitos carentes de furias invictas. Así lo ha pintado y así será para él si se para a pensarlo pese al miedo a verse atrapado o aprisionado dentro de la figura en la que ha colocado parte de sí mismo, sobre todo cuando ésta empieza a experimentarse como un impulso que escapa a su control.
Hoy estoy solo en el malecón, en un anochecer que enfría el alma y no me deja ver ese color "prieto", fiel exaltación de una orografía que desea, fornica y ama a pesar del férreo hielo. Y tampoco, en este desconsuelo, me acompaña el ron. En el retorno sin él he extraviado otra edad.
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