- Las efigies, que un día serán las nuestras, colocadas en retablos pobres y desnudos ya no han de regirse más que por vículos totémicos, ancestrales. En ellas hemos depositado nuestra protección y guía, nuestro fondo de desamparo que nos hace descender atravesando desiertos en busca del agua y del verso.
- Por eso viene el argentino SUÁREZ, ya afincado en España, y nos muestra el germen de lo que consideramos, sin reconocernos, otros yos, extraños, mudos pero que hablan con señales, guiños, miradas y huellas talladas en los mil colores impuros de la sangre. Sean santos o malditos desencadenan pensamientos primigenios después de fantasear entre vivos y muertos.
- No hay aparente dolor porque son seres que no necesitan trascenderlo, para eso hay otros altares y paredes, mas si resignación de sí mismos, de su fealdad posterior al tránsito y anterior a la gloria inalcanzable. Se muestran de cara a su salvación plástica, no hay otro temor que el perderla y desaparecer para siempre.
- También se percibe, y el artista lo provoca a propósito, su cansancio, su estar para huir de una vez y no volver aunque sin dejar de desaparecer. No hay otra dimensión, nos dicen, más que esa, y además no le hace falta una plano de instrucciones. La verán nada más abrir los ojos.
- Mezclar proverbios, manzanas,
- una pelea de sombras
- entre libros y mañanas,
- el café y las campanas,
- las tardes que tú las nombras
- en el libro de los Muertos.
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