Arcimboldo era un artista lúcido, pesimista, irónico y genial. Y como buen profeta vaticinó a través de su obra que la belleza no tenía don, que era el espíritu tortuoso del hombre el que la devoraba. Nadie lo entendió. Quien iba a creer que la magnificencia era excelsa en su fealdad.
Nuestra metamorfosis es vomitiva, engulle para la muerte, fagocita, destruye, y cuando ya no somos nada nos quedan reflejadas para siempre las imágenes en los cuadros de este artista italiano, tan poco reconocido en su tiempo. Él fue un auténtico creador porque halló lo que otros no pudieron y cuando lo encontró no quisieron mirarlo, sólo lo admiraron los que como él sabían lo que había detrás de esa humanidad tan estúpida y glotona, tan avariciosa y cruel.
El malecón, finalmente, nos ha dejado salir a mi amigo Humberto y a mí después de tantos ruegos y suplicaciones. Nos quedamos pensando ensimismados si no sería una venganza por no haber sabido encontrar el medio de llegar a pintar una vanidad herida por tanto desamor. Es posible que así fuera pero eso ya no tenía remedio. Nunca se amó a sí mismo y ahora era inútil que se quisiese venerar.
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