Esos animales mezcla, esos personajes, esas esfinges falsas, esos seres quiméricos y fabulosos, son la entraña, en su perfil tan bien singularizado, que sale a respirar, otear la isla, visitar La Habana, esparcir su semen por el imaginario guajiro.
Una obra que al margen de seducirnos con lo maravilloso, lo fantástico, exuda delirios míticos, legendarios en un trabajo de significación que toma connotaciones de la condición del ser caribeño, de su decurso entre diásporas, éxodos y dispersiones que mantiene siempre viva la creencia de lo esencial de su naturaleza cosmogónica.
Por eso, en la pintura de este artista caben todos los éxtasis de las mareas migratorias, todas las criaturas flotantes (¿es Martí una de ellas?), religiosas, aladas, dentro de un portal monumetal que esgrime su origen en el todo. Y esos guerreros debajo y prisioneros encima son la cantinela sublime y plástica de un realismo que se apellidaba socialista.
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