Cuenta Ambroise Vollard, en sus "Memorias de un vendedor de cuadros", que cuando organizó una exposición con obras de Cézanne, a uno de los lienzos, que representaba a unas bañistas desnudas al aire libre cercanas a una figura de pastor, se le puso un marco del que se le olvidó quitar el anterior título de "Diana y Acteón".
En las críticas se describió el cuadro como si efectivamente se tratase del baño de Diana. Incluso un crítico llegó a alabar la noble actitud de la diosa y el púdico aspecto de las vírgenes que la rodeaban, admirando especialmente el gesto de la doncella que extendía el brazo, como diciendo: ¡vete!
Poco después le pidieron al marchante "La tentación de San Antonio" para otra exposición. Como ya la había vendido se le ocurrió enviar, sin título, el cuadro de las bañistas. Los organizadores, al recibirlo, lo catalogaron sin más con el título de la obra que habían solicitado.
La crítica, esta vez, descubría la sonrisa hechicera y pérfida de una hija de Satán que trataba de seducir, no ya a Acteón, sino a un patético San Antonio.
Cuando Vollard contó a Cézanne lo ocurrido, éste le contestó:
¡Si no tenía asunto! He querido sólo recoger ciertos movimientos.
Encontré a mi amigo Humberto descargando su zozobra tirando piedras contra una valla. Me extrañó porque él es siempre muy cuidadoso en lo tocante a provocar daños a las personas y a las cosas. Y si lo causaba, lo reparaba inmediatamente. Iba a hablarle cuando de pronto irrumpió una moza morena y de buen ver que le gritó:
¡Mira, hermano, que mi rapaz está por ahí jugando y me lo puedes matar!
Él, sin levantar la vista, le contestó:
No se preocupe, mujer, que le haré a Usted otro inmediatamente!
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