Thedore Géricault, el gran pintor romántico francés, pintó esta gran obra maestra una vez que había abruptamente roto sus relaciones con la mujer de uno de sus tíos, dejándola embarazada y desamparada. Fue expulsada al campo y su hijo dado en adopción. El escándalo se mantuvo en secreto hasta un siglo y medio después.
Atormentado por la culpa y la cobardía, se encerró durante dieciocho meses hasta dar por terminado el inmenso cuadro que presentó al salón oficial parisino en 1819, cuando contaba la edad de 27 años. En él se refleja el dramatismo incontenible de otra traición, la del capitán del "Medusa", que ordenó cortar las cuerdas con las que remolcaban a las 147 personas que se refugiaban en la balsa. Sólo se salvaron diez y algunos de ellos gracias a haber devorado los cadáveres que les rodeaban.
La desesperación del pintor cuando supo que no sería comprada por el gobierno fue enorme pues le dejaría sin el gran reconocimiento al que aspiraba. Entonces era el cuadro histórico el que daba la verdadera talla de un pintor.
Géricault ha tratado de expiar su traición con la obtención de la gloria por su ensalzamiento como creador de una monumental obra que recoge la inmensa tragedia fruto de otra traición. Pero fracasó.
Dos traiciones, dos tragedias. De una nos queda un testimonio inconmensurable, de la otra, la desventura de un artista que intentó después suicidarse varias veces hasta que finalmente, debido a una caída de un caballo, murió a los 32 años.
Mi amigo Humberto y yo hacemos cuentas y no nos salen las innumerables traiciones que tuvieron cabida en este malecón malhadado. Y al empezar con las tragedias tuvimos que detenernos, eran tantas que ni en los kilómetros hasta el puerto cabían. Mejor dejar que su memoria se pierda al sol de la mañana pues ya la sombra sabrá depositarlas en el recuerdo dormido de unos habitantes que ignoran que el sueño es una gran derrota.
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