22 de febrero de 2009

LOUISE NEVELSON


La familia de la artista ucraniana Louise Nevelson era comerciante en madera, de ahí su afinidad íntima con la misma para erigir su obra sobre una base que fuese contraria a la consideración de este material como mero elemento de uso.


Ella misma se expresaba así:


"Yo recogía pedazos de madera por las calles, maderas viejas llenas de clavos y todo tipo de cosas.Pero cuando una lo piensa bien, seguro que la gente adinerada va a invertir en materiales caros. Además, la mayoría de la gente ya no vive en casas, sino más bien en escaparates, en salas de exposición. Por lo tanto, jamás van a adquirir madera vieja y apreciar su auténtico significado".


Efectivamente, de la madera pueden surgir y surgen rumbos imprevistos, concomitancias insólitas, significaciones insospechadas y muros en los que gravitan formas nunca vistas.


Es lo que hace esta escultora en esta obra, no soslayar la aventura que se le promete, la indagación plástica que cada pieza le ofrenda, hasta culminar un altar que narra la pasión vital de un lenguaje compuesto de múltiples tallas en el que se observan las distintas etapas de una transformación.


Y lo contemplamos como un icono con entidad propia, con una naturaleza recobrada más allá de la simple instrumentación en que le habíamos convertido. La madera, entonces, encuentra el alma de sí misma.


Mi amigo Humberto, en estas noches tan tristes, anda en devaneos por el malecón. Intenta captar la esencia de lo lascivo palpando granitos de ébano rosado en esa oscuridad, aunque lo más probable es que acabe acariciando otros órganos de roca y no precisamente de viento. Y eso le pasa por ser virgen todavía, pues únicamente es concupiscente con las nereidas que pinta en sus lienzos.

19 de febrero de 2009

FROILÁN LEÓN OROZCO


Tal como titula Anatole France a uno de sus relatos sobre los dioses, Froilán León Orozco, amigo y joven artista español, tiene sed de una pasión incontenible, que se refleja en esta síntesis de vida y pintura, de mundo personal e historia familiar, de soledad, poesía y existencia.


Los distintos planos que conforman la tela revelan un desarrollo autónomo al mismo tiempo que integrador, ambos perfectamente válidos para hacernos ver la singular progresión unitaria surgida de la tierra, de la raíces de lo telúrico, dentro de un universo fantasmal en el que las dos figuras centrales son la aplastante realidad que une las sendas trazadas, como una foto de familia que ha encontrado la dimensión exacta donde vivir y crear.


Esta síntesis plástica armoniza una plataforma de lineas y colores que conjugan un implacable espejo por el que se desplaza nuestra vista en aras de descubrir un misterio que está y quedará profundamente oculto, pues así ha de ser.


En resumen, es una pintura a contracorriente, de gran serenidad, extraordinaria, de vivos acentos líricos y de legítimas metamorfosis.


Hoy dejo dormir a mi amigo y pintor Humberto Viñas en el malecón. Le ha despertado el deseo de encontrar en el sueño la clave que da sombra a su pintura. Yo creo que sería mejor el ron.

JOSÉ MANUEL BROTO

Ya no hay signos de representación, el parecer se manifiesta como un ser que se ha deconstruido para aparecer más, ser todo lo que plásticamente no ha sido.

José Manuel Broto, artista aragonés de extensa y dilatada singladura, siempre ha cifrado su filosofía pictórica en la exploración de la masa cromática para extraerle el recóndito flujo que informa su naturaleza.

Nunca se ha detenido, simplemente ha contemplado y escuchado el murmullo del agua, la ferocidad del fuego, el silencio de la piedra, el monólogo del pigmento, la angustia de la luz.


Y ha tanteado, indagado y percibido, y a medida que lo iba hallando nos iba transmitiendo el misterio envuelto con una claridad que irradiará para siempre.




Mi amigo y pintor Humberto Viñas me envía la imagen abstracta de un malecón hospitalario en un día de luminosidad fuerte, de mar intensamente azul y de canto sublime. Ha querido engañarse a propósito con una belleza que no existe y con la magia del que ha perdido la mirada.










18 de febrero de 2009

JOSÉ HERNÁNDEZ

Busco a mi amigo y pintor Humberto Viñas entre estos espectros hasta que al final lo encuentro. Mientras los mira, en la fortaleza del Morro dibuja las ninfas marinas del malecón a las que les pide ayuda para atravesar este océano de sentimientos derrotados y le eviten ser un barco hundido más en esta bahía habanera que desguaza traiciones llenas de inocencia.


José Hernández, artista nacido en Tánger, pinta para noches de insomnio, para días lúgubres, para momentos en que nosotros mismos avizoramos monstruos en nuestro interior que están en perpetuo alerta.


Es un pintor de densidades oscuras, de celdas habitadas por el retorno de la pesadilla, de fiebres mal curadas o epidemias cuyos enjambres ponzoñosos nos hostigan con denuedo.


Obra de perfecciones sombrías -de las más originales que se hayan dado a conocer en este país-, de pensamientos plásticos hechos de la viscosidad feroz del corazón, intimida y fascina, y al estar creada con hechizo, hipnotiza y arrebata.

14 de febrero de 2009

ART MADRID

Visito otro año más Art Madrid en el Palacio de Cristal de la Casa de Campo de Madrid. La repetición de las mismas caras de otras temporadas no es óbice para el deleite y la emoción ante sus obras. Me volvieron a impresionar y subyugar Bengt Lindström, Feito con el fuego y la noche, Ciria con sus relámpagos sonoros, Stefan Hoenerloh con sus ciudades de almas muertas, Pedro Txillida, con sus cuerpos hallados y sus esculturas de fuerza que esperan otro tiempo, Millares y Antonio Saura, fantásticas coordenadas secretas, Genovés con su humanidad perdida, y muchos otros que me perdonarán que no cite.

Y alguna sorpresas, pocas, o a mí así me lo pareció, lo cual no es impedimento para mi error, del cual pido disculpas por anticipado. El portugués Cruzeiro Seixas tiene la virtud de continuar lo que parecía ya agotado, Lucio Muñoz siempre me ha asombrado por esa alquimia de la que era poseedor, Mariano Villalta, un auténtico descubrimiento, el paisaje de Juan Díaz, el diagrama de una inmensidad, Karen Appel, el resorte plástico imprecindible, y Broto y José Hernández, este último el pintor de una realidad sin opciones.

Y por último, los que contemplo por primera vez en este espacio, el asturiano Luis Fega, con sus nubes de paradojas imposibles, Martín Alén, una conciencia plástica en plena ebullición, Didier Lourenço, con sus rostros sacros y José Luis Alexanco, con esos signos en que lo oriental y lo occidental conforman una ornamentación febril.

Hasta aquí he llegado, le digo a mi amigo y pintor Humberto Viñas, marginado de estos circuitos de comercio artístico porque no es más que un cubano exhausto que sólo pinta cuando tiene un malecón recibiendo despojos de naufragios pasionales, cuyos vestigios de sombras rescatan alguna luz entre el crepúsculo tardío y el alba noctámbula.



12 de febrero de 2009

LAWRENCE STEPHEN LOWRY


Un paisaje para ver palpando con ojos escrutadores y visionarios, para extraviar los dedos en el roce de esas epidermis que reclaman carne lasciva y ansiosa por engendrar.


Un paisaje con el reflejo del azul amanecido anidado en el rostro del que camine por él.


Pues tales montañas elípticas se han erigido para guardar las fronteras de lo que conserva la plasticidad de la materia viva y el espíritu de un dios que desde lo más alto denuncia la impostura de lo más bajo.


Lawrence Stephen Lowry soñó este paisaje, le dio forma sin pensarlo para no racionalizarlo, lo preservó de rutinas y ornamentos y después lo dejó como una verdad reducida. Y así se manifestó tal cual es.


Hoy, acompañado de mi amigo y pintor Humberto Viñas, le digo al malecón que no hay nada sabido que no se haya vivido en la experiencia y no esté ligado a la certidumbre de uno mismo, y esta certidumbre, esta subjetividad irreductible, seductora y absoluta es la prueba irrefutable de que el todo no funciona. ¿De dónde me han venido estas palabras?


11 de febrero de 2009

JULIO PACHECO RIVAS


Envueltas en una atmósfera limpia y luminosa, aparecen unas estructuras y construcciones que se configuran como los iconos de un cosmos inédito, el cual no necesita a ninguna humanidad para proclamar su investidura.


Ése es el lenguaje de Julio Pacheco Rivas, artista venezolano, renacentista del siglo XXI, que pinta, con una gama cromática acariciadora y seductora, una ficción plástica de futuro entre lo fantástico y lo racional. Orden, fantasía, rigor, geometría, que contemplamos como una aventura de la mirada que penetra en la disolución del sujeto a cambio de una consagración del objeto, pues dentro de éste hallamos la topografía de lo que somos.


Mi amigo Humberto Viñas lee a Kavafis para reencontrarse consigo mismo. Trae su poesía hasta el malecón, recita sus versos en voz alta a fín de que el mar insolente le escuche, pero al final son los habitantes de la noche los que le oyen y repiten su declamación hasta quedarse sordos. No quieren sentir la impotencia de la carne, esa ansiedad imposible de que sea libre de vivir y morir.