Tal como titula Anatole France a uno de sus relatos sobre los dioses, Froilán León Orozco, amigo y joven artista español, tiene sed de una pasión incontenible, que se refleja en esta síntesis de vida y pintura, de mundo personal e historia familiar, de soledad, poesía y existencia.
Los distintos planos que conforman la tela revelan un desarrollo autónomo al mismo tiempo que integrador, ambos perfectamente válidos para hacernos ver la singular progresión unitaria surgida de la tierra, de la raíces de lo telúrico, dentro de un universo fantasmal en el que las dos figuras centrales son la aplastante realidad que une las sendas trazadas, como una foto de familia que ha encontrado la dimensión exacta donde vivir y crear.
Esta síntesis plástica armoniza una plataforma de lineas y colores que conjugan un implacable espejo por el que se desplaza nuestra vista en aras de descubrir un misterio que está y quedará profundamente oculto, pues así ha de ser.
En resumen, es una pintura a contracorriente, de gran serenidad, extraordinaria, de vivos acentos líricos y de legítimas metamorfosis.
Hoy dejo dormir a mi amigo y pintor Humberto Viñas en el malecón. Le ha despertado el deseo de encontrar en el sueño la clave que da sombra a su pintura. Yo creo que sería mejor el ron.