José Hernández, artista nacido en Tánger, pinta para noches de insomnio, para días lúgubres, para momentos en que nosotros mismos avizoramos monstruos en nuestro interior que están en perpetuo alerta.
Es un pintor de densidades oscuras, de celdas habitadas por el retorno de la pesadilla, de fiebres mal curadas o epidemias cuyos enjambres ponzoñosos nos hostigan con denuedo.
Obra de perfecciones sombrías -de las más originales que se hayan dado a conocer en este país-, de pensamientos plásticos hechos de la viscosidad feroz del corazón, intimida y fascina, y al estar creada con hechizo, hipnotiza y arrebata.