17 de marzo de 2008

MANUEL MENDIVE


Cuando hoy nos acercamos al malecón mi amigo Humberto y yo, percibimos un fragor inusual en momentos como los de ahora, que siempre están atravesados por ecos de murmullos clandestinos.


Y nuestra sorpresa fue mayúscula cuando de buena a primeras nos tropezamos con esos oriundos de las profundidades caribeñas que sabíamos que pululaban por los rincones pétreos de la escollera habanera, pero nunca se habían dejado ver.


Únicamente el pintor cubano Manuel Mendive había llegado a atisbarlos, a establecer con ellos un lenguaje que los mostrase como los pobladores ancestrales y milenarios de la isla. Él supo comprenderlos y descubrir su mundo secreto, de cuya revelación en refulgentes imágenes nos ha hecho depositarios.


¿O habría sido mejor dejarlos ocultos para inspirar con ello la fantasía de los que les sucedieron y habitan desde entonces el malecón con la infinita esperanza de ser ellos también pobladores de ese mundo?


Cuando nos vieron a mi amigo Humberto y a mí desaparecieron, al parecer no estábamos investidos de luz sino de penumbra, y eso los hacía sospechar de nuestra entraña insatisfecha.


Entristecidos, bebimos ron impuro hasta el alba, confiando en que la próxima ocasión se acercarían y nos murmurarían como pintar lo que está más allá de esta realidad que nosotros encarcelamos.


14 de marzo de 2008

DESTINO DE LA PINTURA


Son muchos los siglos en los que la pintura ha sido un permanente signo de referencia, formando parte de nuestra identidad, mejor dicho, de una manera muy concreta de expresarla.


Sus desarrollos y continuas mutaciones han sido los espejos de sociedades y civilizaciones, y nunca, con mejor o peor fortuna, le han faltado intérpretes, aunque ha sido el siglo XX el que con su imparable aceleración ha concebido transformaciones sucesivas que se devoraban unas a otras.


Ahora, en la situación actual, parece que entramos en un periodo en el que cada día se formulan nuevas tesis y teorías, cada cual más sofisticada, tecnócrática y hermética, donde los perfomances e instalaciones fugaces sustituyen los iconos históricos que han nacido siempre con una vocación de permanencia visible, no efímera. Y ahí están los museos para corroborarlo.


Pues bien, habrá que empezar otra vez, habrá que ir al origen y buscar formas y dimensiones que se encuentren todavía ocultas y se mantengan secretas, y permitan la genuina recuperación de la pintura tal como se ha entendido que debe ser. Si es un arte de la luz, como dice Félix de Azúa, hagamos que lo sea.


Simplemente hemos de pedirle que sea la marca visible que acune la soledad de una humanidad vencida. Y la acune lo más cercana posible, casi a nuestro lado. ¿No es mejor que esté en todas partes si denota lo que es propio e intrínseco a ella?


La nocturnidad en el malecón no dejaba ver pero presentías que era la ocasión para las barracudas de acercarse a comprobar que aún la mudanza no batía el mar y los desechos seguían sin tener un contenido que mascar.


Arriba, mi amigo Humberto en su taller, probaba por enésima vez el modo de pintar sin estar presente, sólo la metáfora de un vaso de ron reemplazándole. Fue inútil, no ha llegado todavía el momento de descubrir el misterio de tal innovación, ni siquiera estando en persona en la imaginación.

11 de marzo de 2008

MI RETRATO


Mi amigo Humberto hizo, por fin, mi retrato, y, tras unos instantes ante él, no supe que decirle.


Miguel Angel, ante las protestas de los Médicis, les contestó:


"Dentro de mil años a nadie ha de importar el aspecto de vuestras mercedes".



Max Libermann le replicó a un cliente disgustado:


"Su retrato, señor marqués, se le asemeja mucho más de todo cuanto usted pueda llegar a asemejarse a sí mismo".



Picasso tuvo que consolar a Gertrude Stein:


"No te pongas así, mujer; ahora no te pareces mucho, pero ya te parecerás".



Mi amigo Humberto, consciente de mi silencio, me manifestó:


Este retrato tuyo que nunca quise hacer recupera lo que tienes de imprescindible. El resto lo he desechado por inservible. Y lo imprescindible es aquello que no es posible: como una carátula hecha sin espacios, sin palabras, sin materia , sin origen, sin ni siquiera luces y sombras. Y en cambio yo he llegado a concebirte a pesar de todo. Incrústate ahora en la efigie y de esta forma podrás maldecir tu imposible destino .


Y habiéndolo hecho lo abandoné en la noche sin una gota de ron, y sin rumbo y en mi desfraz de fantasma me harté de contar mulatas que estaban mitigando ardores en un malecón que hoy le daba por bautizar espumas rugientes para detener el viento.


10 de marzo de 2008

DE NUEVO EL ABSTRACTO


El abstracto ha ambicionado desde su nacimiento ser la sublimación de la pureza. Rechazaba lo reconocible en aras a construir una realidad interior, autónoma, que se formaba a partir de un sentimiento del color.


Kandinsky, el casual descubridor, no quería que entre su ojo y el color mediara la referencia a un objeto, deseaba verlo en sí mismo, liberado de serviles compromisos con los cuerpos de las cosas.


Malévich, en su obra "Cuadrado negro sobre fondo blanco", explicaba que el cuadrado negro es la sensibilidad y el fondo blanco es la nada. ¿Había un mejor modo que el suprematista para significarlo?


Piet Mondrian aspiraba a que la pintura fuese de tal pureza que no se detectase la mano del pintor. Sólo toleraba la gama pura (rojo, amarillo y azul) y la ausencia de color (blanco-negro).


Mark Rothko, cuyas grandes telas decoraban despachos, salones y salas de juntas de los millonarios de Wall Street, pensaba que en su pintura se descifraba el secreto pero el inmediato acceso al terror salvaje, al sufrimiento, a los caminos cegados y a las aspiraciones muertas que yacen en el abismo de la existencia humana. Acabó millonario también pero suicidándose.


Después de estas reflexiones, mi amigo Humberto me reveló que aunque el color era un ser viviente que como tal se manifestaba en su paleta, era incapaz de transformarlo sin la consistencia de otra presencia, sea quien sea. Una confesión que nos sumió en un ensimismamiento tal que estuvimos ciegos ante una carne de ébano que nos brindó poca sombra y mucha sed. Sin la epifanía de estos cuerpos, sentenció, el color corre el peligro de extraviar su ser. El ron le dio la razón.

ALBOROZO


Hoy, el malecón tiene tanto sabor de sangre que hasta las salpicaduras de sal que nos mojan son de color rojo. El sol quema la respiración y los peces, asomados al dique, quedan muertos de no poder saciar la corrosiva sed que les aflige.

Mi amigo Humberto y yo nos hundimos en esa atmósfera de desventura que el silencio de una algarabía oscura no nos había dejado de perseguir desde el alba. Y el ron ya no daba para ninguna celebración del arte. Decían que estaba muerto.

Tan muerto como Empédocles, que se arrojó de cabeza al Etna, o como Crisipo de un ataque de risa, o como Heráclito cubierto por una nube de excrementos, o como Diógenes devorado por unos perros, o como Aristóteles al ahogarse intentando llegar a la isla de Eubea, o como Epicuro comido por las lombrices, o como Pitágoras al no atreverse a cruzar un campo de habas.

Entonces nos subimos al muro, nos zambullimos y caímos al fondo. Pero todo fue inútil, unas sirenas mestizas nos rescataron y con una ternura impropia de ellas nos depositaron en las rocas. Al despedirse, le dijeron a Humberto que nos salvaron porque alguien tenía que seguir pintando lo que no podía verse.

A pesar de la mano manca y el pie cojo, el regreso al taller lo hicimos con gran alborozo, tanto que hasta los habitantes del callejón salieron de la penumbra.

8 de marzo de 2008

INGRES


Louis-François Bertin, propietario y fundador del Journal des Débats, encargó a Ingres su retrato. Éste, profundamente impresionado por el personaje, se encontró con grandes dificultades y después de varias semanas de sesiones y ensayos, no tenía nada que mostrar. Un día fue tal su desconsuelo que rompió a llorar, lo que hizo que Bertin le consolase con estas palabras:



"No se preocupe por mí; sobre todo no se atormente. ¿Quiere empezar de nuevo mi retrato? Pues muy bien, cuando quiera. Nunca conseguirá cansarme, y si desea algo de mí, aquí me tiene a sus órdenes".



Ante el repentino gesto relajado de esta celebridad, mientras se hallaba charlando en el jardín tomando el café de sobremesa, Ingres, ya repuesto y con el semblante iluminado, se acercó hasta él y le dijo al oído:



"Venga a posar mañana: su retrato está hecho".



Hoy este lienzo es considerado una obra maestra.



Ya en un malecón jubilosamente lleno de musas atezadas tocando ocarinas, y entre trago y trago de ron, se me ocurrió hacerle un comentario a mi amigo Humberto sobre si él podría atreverse con un retrato mío. Su respuesta todavía la estoy tratando de descifrar:



"Yo no lloraría pero no dejaría de gritar a la vista de la pose de un amuleto obsoleto y envejecido que con el transcurrir del tiempo se encariña a una mágica devoción del yo.


Y no es así, pues ese individuo que tú eres se protege en una materia de hojalata inconsistente e inestable -¿cómo podría pintarla?- pero de oxidación irreversible e inutilidad sobreviviente a la merced de un ritmo que ya se apaga. No puedo retratar polvo en el viento".


Se fue la mañana y nos dejamos llevar por un viento que cruzaba la isla y nos despojó del aliento. Caminamos en soledad y sin poder vernos a través de las sombras que inundaban las ruinas.

7 de marzo de 2008

MITO DE HIELO


"Mito de hielo", este reciente y fascinante lienzo de mi amigo Humberto que me ha permitido darle este título, ofrece un testimonio inigualable de como en la mente de un artista se vislumbra primero y cuaja después un pensamiento imprevisible ligado a la historia y la simbología de una tierra, pero mediatizado por la angustia aciaga de que ésa es la suya, la que bendice y maldice al mismo tiempo.



Es sin lugar a dudas la prueba de un advenimiento a la imaginación de una necesidad telúrica que se gesta conforme a los sedimentos culturales, sociales y étnicos de una isla que siempre parece estar reivindicando un pasado que no tuvo y un futuro que ya ha pasado.



Humberto ha sido ese agente inconsciente de este resurgimiento del mito a través de un presente que está congelado, que es de un acero que ni siquiera flota en unas aguas manchadas por un sol ya cansado de alentar inútilmente el nacimiento de nuevas crónicas a las que concurrir con otras ansias.



Y él siente el frío inmisericorde del puñal, el hielo implacable del hierro y la criatura alada que con ellos amenaza la vida de unos habitantes que a falta de confines quieren seguir dormidos. Y si despiertan es para oír una música que atrone ámbitos carentes de furias invictas. Así lo ha pintado y así será para él si se para a pensarlo pese al miedo a verse atrapado o aprisionado dentro de la figura en la que ha colocado parte de sí mismo, sobre todo cuando ésta empieza a experimentarse como un impulso que escapa a su control.



Hoy estoy solo en el malecón, en un anochecer que enfría el alma y no me deja ver ese color "prieto", fiel exaltación de una orografía que desea, fornica y ama a pesar del férreo hielo. Y tampoco, en este desconsuelo, me acompaña el ron. En el retorno sin él he extraviado otra edad.

5 de marzo de 2008

ANTONIA EIRIZ


Una ficticia Antonia Eiriz, la gran pintora cubana, nos decía a mi amigo Humberto y a mí, cuando nos veía juntos al arrimo del malecón, que a ella sólo le preocupaba dejar impresa una seña ontólogica en sus cuadros.



Y nosotros pensábamos que esa seña era el pasado de una isla y sus habitantes que vuelven la cara hacia el futuro y en él siguen descubriendo el mismo dolor que les hizo. Eiriz recoge ese significado pictórico y lo conmina a aparecer y manifestarse como un martirio sin cruces ni sudarios, únicamente como un son pagano con el que baila una carne frágil y vulnerable y también atormentada.



Visitamos de nuevo el Museo Nacional de Bellas Artes y, ante sus lienzos, extendimos nuestros brazos lo suficiente para palpar aquellos seres torturados de por vida, y que ella quiso que siguiesen así por toda la eternidad. Seguro que lo ha conseguido.



Caminamos de regreso por un malecón que vimos con otros ojos y saboreamos con otras bocas. El mar esparcía restos que no nos dejaba pisar aunque Humberto, atrapado por un sol sucio sin ansia de nada, trataba de percibir la matriz de su contingencia para poderlos pintar. Todo fue inútil. Y además ya habíamos abandonado atrás el ron que nunca dejaba de hablarnos de lo que presentía, lo que vivía y lo que sufría. Ya no lo queríamos ni para eso.

4 de marzo de 2008

GUILLERMO SIMON


Hoy, a la madrugada, mi amigo Humberto y yo anduvimos lo desandado ayer y nos acodamos en el malecón, eterno confidente de murmullos, hambres y amores confinados.



Y hablando del pintor asturiano, Guillermo Simón, entre último trago de ron y eterno comienzo del penúltimo, nos preguntamos cómo pintaría él este mar que siempre transforma el tiempo de esta isla en una narración permanente.



Guillermo, pintor de mares ocultos, de simas en constante renacer, conoce muy bien los piélagos del norte ibérico, pues se ha emparejado con ellos y ha atisbado sus misterios más secretos.



Pero el Caribe guarda tanta vida como muerte, tanta hospitalidad como traición, tanto azul como rojo. Hay que adentrarse demasiado en él para absorber su sufrimiento pero también su canto y su baile, porque es un mar que baila, sufre y se desangra. Su fondo rebosa osamentas y carnes llenas de sirenas morenas hartas de devorar después de tanto acariciar.



Y nos lo preguntamos hasta que las náyades mestizas aliviaron nuestro rumbo de vuelta, que se hizo demasiado largo a través de una sombra de cañas sin ron.

3 de marzo de 2008

MIRADAS


Ante este cuadro, "Trampa de luz", de la pintora mejicana Verónica Elías Arriaga, me asaltó la idea de que hay dos miradas, como mínimo, que se desatan en nuestros ojos en presencia de una obra de arte.



La mirada exterior es la que viaja y nos conduce por los recovecos de la forma, por sus detalles, analogías, por el proyecto que se perfila en la textura, en el entramado del color, en la imagen que hacía visible la estructura compositiva y su organización. Es decir, en todo aquello que marcaba la comunicación que quería establecer.



Sin embargo, existe una mirada interior que simultáneamente se desprende de nuestra retina, penetra en el recinto físico del lienzo y se coloca en el punto central -en este caso- en que se divide la tela. Desde ahí esa mirada se convierte en ficción, desencadena pensamientos, evocaciones, percepciones que configuran una historia y hasta un destino. Una ensoñación que se narra a sí misma y a nosotros con ella.



Son múltiples los signos y distintas las tesituras que convergen en la magia de una representación y es de esperar que seamos capaces de verlos todos.



Al final, a mi amigo Humberto y a mí las dos miradas nos hacen despertar, y él me dice, rodeados por las niñas rumberas que desaliñan la madrugada en el malecón, que se acabaron las súplicas de sus bailes para perdernos en más historias. Y sin ron volvimos una mañana más a desandar un camino que ni siquiera el alba habitaba.

29 de febrero de 2008

AUGURIOS


Mi amigo Humberto está preocupado y meditabundo, no ve como afrontar un futuro a partir de una edad que menoscaba, limita y cierra horizontes.


Yo le he dicho que Bellini, Ticiano, Hals, Guardi, Corot, Ingres, Monet, Renoir, Cézanne y Bonnard alcanzaron la cima a partir de los 60 años. No perdieron ni el instinto ni la sabiduría necesarios para captar un presente renovado y augurar un futuro entrevisto. Es una obra abierta, en constante evolución y transformación, que se alimenta con la fisonomía interior y exterior del entorno, con la ficción de lo que se ve en su perenne metamorfosis.


Bonnard escribe a los 66 años:

"Creo que cuando se es joven, el objeto, el mundo exterior es lo que entusiasma; uno se deja llevar. Más tarde es interior, la necesidad de expresar su emoción impulsa al pintor a elegir tal o cual punto de partida, tal o cual forma".


Goya tenía 66 años cuando, en 1.810, comenzó a grabar las 85 planchas de "Los desastres de la guerra". A los 70 años pintó "La carga de los mamelucos" y "Los fusilamientos". Baudelaire comenta que al final de su carrera, los ojos de Goya se habían debilitado tanto que, según dicen, había que afilarle los lápices. Y sin embargo, aún en esa época, hizo importantes litografías.


En definitiva, hay una obra siempre por hacer, por terminar, por darla por concluyente, cuando, por el contrario, al final, siempre está incompleta, no satisface, es el presentimiento del inicio de otra nueva que estaba latente. Es un proceso que sólo tiene fin con la desaparición o la total incapacidad del artista.


Mi amigo Humberto, a pesar de lo dicho, desconfía de sus fuerzas, del ánimo de su mano manca, de la cojera bailona que arrastra, del sol que quema en un malecón convexo de hipérboles morenas y labios rotundos.

La sed de ron nos dejó con augurios de habitantes que nunca salen de la penumbra.


25 de febrero de 2008

SUDARIO


Este lienzo, "Genio y Figura", de mi amigo Humberto Viñas, pintor cubano con el que comparto memorias de ron en un malecón que ya dejó de ser pasto del tiempo, me acompaña como un sudario hasta mi último trance.

Y cuando mis cenizas sean depositadas en el cofre de madera que después surcará un mar prieto y carnal, esta tela recuperará vida para dejar testimonio de una finitud agónica, una edad desposeída, un existir con remiendos y un rumbo desconcertado.

Un ser de ojos a punto de cerrarse, con un corazón en tránsito de caerse y una virilidad en parihuelas, conforma una imagen que no puede quedar registrada en ninguna cámara, sólo un pintor la puede captar, pues es la angustia de mirar hacia lo alto sin la esperanza de otro destino.

El colofón lo pone la ninfa oscura que, al haberlo encontrado, vierte el contenido del cofre en su vientre, echada en la orilla, y al tocarlo y acariciarlo ya no podrá dejar de soñar.



21 de febrero de 2008

VER


Antes que cualquier efecto o impacto -ya sea emoción o sentimiento- que la obra de arte haga repercutir en nosotros, los espectadores, nos cala la duda sobre nuestra capacidad perceptiva y la forma en que se ha originado y sobrevenido.


Es una disquisición que relaciono con el núcleo básico del arte: su potencial de representación, ya sea de objetos externos, ya de fenómenos mentales o internos. Partimos de la base errónea de que esta cuestión ya ha sido debatida, resuelta y superada, cuando no es así. Y no es así porque hay un déficit de ver, nuestra mirada sigue padeciendo carencias y continúa sin saber desentrañar el misterio y la magia que existen y se muestran en esa representación, es decir, que en la mayoría de los casos sigue estando miope.


Por lo tanto, hay que incentivar y estimular el esfuerzo para que nuestra capacidad perceptiva prosiga su formación, evolución y fortalecimiento, con vistas a ir descifrando esas claves sutiles inherentes a la naturaleza del arte que nos harán apreciarlo cada vez más y que nos inducirán a un reconocimiento de su originalidad, de su calidad de manifestación irrepetible.

Este lienzo, "Aroma ligado a la ausencia", de la mejicana Rocamora Ramírez Ocampo, postula la necesidad de esa aptitud a fin de poder valorar todo su caudal plástico.

En resumen, se ha pasado la noche en este discurrir y no pensar, en este malecón sediento, y todavía Humberto y yo estamos, al alba, sufriendo sin ron que un sol mestizo castigue a la mirada sin ver. Y ciegos y renqueantes buscamos la penumbra.

19 de febrero de 2008

TEORIAS


A propósito de esta obra, "Invitación a la batalla", del artista colombiano Javier Bossa, me he planteado cómo reconozco una obra de arte o lo que yo considero que es un objeto artístico. Este empeño me ha llevado a reflexiones y conclusiones como las siguientes:


- No lo es en virtud de la actividad o de la forma en que se practica.


- Tampoco lo es por corresponder a una acción intencional, ni a un motivo, ni a un fin.


- Ni siquiera exclusivamente porque haya una tematización.


- Menos aún si conjuntamente se da el descubrimiento de una imagen y de su representación.


- También debe rechazarse si de lo que se trata es de que únicamente esté provista de cierto significado o un contenido o de un lenguaje.


- Y ha de desestimarse que lo es cuando responde exclusivamente a unos cánones, códigos, normas o convenciones.


Lo cierto y verdad es que he adoptado a mi modo la teoría institucional, que es la más aceptada y practicada interesadamente por lo que controlan este mercado, por la que la obra de arte sólo lo es en la medida en que yo le confiero ese reconocimiento. Y, por lo tanto, todo espectador tiene perfecto derecho -y así lo está llevando a efecto- a orientarse por sus propias hipótesis, creencias, criterios o inclinaciones en materia de arte.


Esta proposición es tan discutible como cualquiera de las descartadas más arriba y precisamente, dada esa incertidumbre, tan válida y útil como ellas.


En definitiva, construyamos nuestro imaginario bajo nuestras propias premisas y dejemos que el malecón habanero detenga la multitud de teorías que nos invaden. Y si algunas, debido a los grandes oleajes, rebasan el muro, tendremos que invitarlas a brindar con un vaso de ron.

18 de febrero de 2008

DECADENCIA


Después de estar de lazarillo de la mano de mi amigo Humberto toda la noche en su taller, escasa pitanza pictórica obtuvimos. Cuatro trazos, cinco pinceladas, texturas fosilizadas, tramas con telarañas anónimas. En definitiva, las formas se nos escaparon, volaron o se diluyeron en el cáliz nocturno.


Ya al filo del amanecer nos pusimos en camino hacia el malecón y entre ron y ron meditamos sobre la decadencia que tan ingratamente se había mudado a su retina y a su delirante mente. Pero entonces recordé aquellas palabras de Thomas Mann:


"Decadencia también puede significar depuración, profundidad, ennoblecimiento; no tiene por qué tener relación con muerte y ocaso, sino que puede ser elevación, exaltación, perfeccionamiento de la vida".


Y esa evocación nos reconfortó tanto que lo celebramos con otro ron del oriente, mientras las peligrosas ondinas de piel chocolate nos intimidaban con aquellas caderas capaces de hacer exhalar un último suspiro a un difunto secular.


Por lo tanto, nos quedaban nuevas realidades que desentrañar, reflejar y desarrollar, pues hace falta, como apuntaba Bertolt Brecht, combatir las falsas innovaciones en unos momentos en los que se trata ante todo de que el hombre se limpie la arena que le han echado en los ojos.


Bien es verdad que mi labor de lazarillo sin paga en la creación de esta obra cumbre de la decadencia me libraba de ocasos borrascosos y níveas giselas de luna. Pero Humberto no se escapaba y había de pasarse el día debajo de la cama pidiendo perdón a una hada para evitar que lo convirtiese en culebra cetrina.

Cuando, después, volvíamos a estar juntos me decía: no hay mejor pincel que una piel que te habla y suspira.

16 de febrero de 2008

MADRID ART


Ayer por la mañana visité el Madrid Art en la Casa de Campo. Fueron más de tres horas que resultaron extenuantes y agotadoras, porque además, aunque la afluencia no era demasiada, nunca consigues el reposo necesario para que la mirada capte toda la intensidad de lo que se ofrece.


Los abstractos y los matéricos corrían unos en pos de otros tal si se tratase de una carrera de galgos. Ràfols-Casamada, Angel Haro, Carlos García Angulo, Feito (esa competiviva lid entre el negro y el rojo, nuestros colores emblemáticos), Tápies, Saura (éste es algo mucho más hondo), Antonio Suárez, Esteban Vicente, José Guerrero, Canogar, José Manuel Ciria, Josep Guinovart, Alberto Reguera, Uiso Alemany, Antonio Bujalance (todo un descubrimiento por esas maravillosas y prodigiosas vistas desde el espacio; una geografía que hace al vértigo atractivo), Viola, Rudy Lanjouw, etc.

Capítulo aparte merecen Miró, ya muy visto y frecuentado, Barjola, Clavé, Agustín Ubeda y Manolo Valdés.

De Barceló se exponía uno de los cuadros más grandes pero no de los más significativos de su obra. Creo que su precio rondaba los tres millones de euros.

El alemás Stefan Hoenerloh hacía una propuesta de geografía urbana ensimismada en su propia soledad y decrepitud que ensombrecía la visión. Juan Genovés incitaba a adentrarte en un mundo en perpetuo movimiento, sin destino fijo, que a modo de tesis planteaba como una respuesta con incógnita.

Y cómo no, Gordillo, Fernando Botero y Karel Appel, sin olvidarnos de Pedro Txillida y Bonifacio.

Pero al final debo dejar constancia de una obra que impregnó mi imaginario, tan poblado de memorias de ultratumba, como fue la del pintor portugués Antonio Macedo, alegoría del hombre que se retrata sí mismo en un cementerio de huesos. Sólo le faltaba la botella de ron y un malecón para para bañarlos.

14 de febrero de 2008

GLÚTEOS


Volvemos a hallarnos en el malecón a la anochecida, aparcados como dos vencidos en busca de un farol convicto. De cara al mar unas ninfas morenas en cuyos glúteos nunca se pone el sol, celebraban la fiesta del viento y la desaparición del huracán. Nosotros imaginamos que eran metamorfosis que cegaban la retina.


Entonces fue cuando mi amigo Humberto me dijo que los poetas muertos eran insaciables y que a pesar de haber bebido su alma, no tenía la visión trazada para la continuación de una obra que ayudara a descubrir nuevas dimensiones de la realidad. Debía descubrir como fuese su ritmo interno, su misterio oculto, la luz invidente y la oscuridad sin sombra. Y hacer que sus habitantes vivan en la tela con hambre y sed de existencia.


En ese momento la botella de ron llamó a retreta y nos encaminamos de vuelta, con tal mala suerte que al chocar (¡Atrévete, Humberto Viñas, atrévete!) su mano derecha con una de esas pedregosas nalgas, se le quedó rígida.


Ahora, igual que le aconteció a su querido Renoir, tengo que apretarle los tubos de color en la paleta y atarle a la articulación de la mano un pincel que sostiene con un dedal y dirige con el brazo.


Pero no importa, nunca será tan buen pintor como a partir de hoy, en que ha descubierto la desesperación. Palabra de Eros.