16 de febrero de 2008

MADRID ART


Ayer por la mañana visité el Madrid Art en la Casa de Campo. Fueron más de tres horas que resultaron extenuantes y agotadoras, porque además, aunque la afluencia no era demasiada, nunca consigues el reposo necesario para que la mirada capte toda la intensidad de lo que se ofrece.


Los abstractos y los matéricos corrían unos en pos de otros tal si se tratase de una carrera de galgos. Ràfols-Casamada, Angel Haro, Carlos García Angulo, Feito (esa competiviva lid entre el negro y el rojo, nuestros colores emblemáticos), Tápies, Saura (éste es algo mucho más hondo), Antonio Suárez, Esteban Vicente, José Guerrero, Canogar, José Manuel Ciria, Josep Guinovart, Alberto Reguera, Uiso Alemany, Antonio Bujalance (todo un descubrimiento por esas maravillosas y prodigiosas vistas desde el espacio; una geografía que hace al vértigo atractivo), Viola, Rudy Lanjouw, etc.

Capítulo aparte merecen Miró, ya muy visto y frecuentado, Barjola, Clavé, Agustín Ubeda y Manolo Valdés.

De Barceló se exponía uno de los cuadros más grandes pero no de los más significativos de su obra. Creo que su precio rondaba los tres millones de euros.

El alemás Stefan Hoenerloh hacía una propuesta de geografía urbana ensimismada en su propia soledad y decrepitud que ensombrecía la visión. Juan Genovés incitaba a adentrarte en un mundo en perpetuo movimiento, sin destino fijo, que a modo de tesis planteaba como una respuesta con incógnita.

Y cómo no, Gordillo, Fernando Botero y Karel Appel, sin olvidarnos de Pedro Txillida y Bonifacio.

Pero al final debo dejar constancia de una obra que impregnó mi imaginario, tan poblado de memorias de ultratumba, como fue la del pintor portugués Antonio Macedo, alegoría del hombre que se retrata sí mismo en un cementerio de huesos. Sólo le faltaba la botella de ron y un malecón para para bañarlos.

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