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18 de febrero de 2008

DECADENCIA


Después de estar de lazarillo de la mano de mi amigo Humberto toda la noche en su taller, escasa pitanza pictórica obtuvimos. Cuatro trazos, cinco pinceladas, texturas fosilizadas, tramas con telarañas anónimas. En definitiva, las formas se nos escaparon, volaron o se diluyeron en el cáliz nocturno.


Ya al filo del amanecer nos pusimos en camino hacia el malecón y entre ron y ron meditamos sobre la decadencia que tan ingratamente se había mudado a su retina y a su delirante mente. Pero entonces recordé aquellas palabras de Thomas Mann:


"Decadencia también puede significar depuración, profundidad, ennoblecimiento; no tiene por qué tener relación con muerte y ocaso, sino que puede ser elevación, exaltación, perfeccionamiento de la vida".


Y esa evocación nos reconfortó tanto que lo celebramos con otro ron del oriente, mientras las peligrosas ondinas de piel chocolate nos intimidaban con aquellas caderas capaces de hacer exhalar un último suspiro a un difunto secular.


Por lo tanto, nos quedaban nuevas realidades que desentrañar, reflejar y desarrollar, pues hace falta, como apuntaba Bertolt Brecht, combatir las falsas innovaciones en unos momentos en los que se trata ante todo de que el hombre se limpie la arena que le han echado en los ojos.


Bien es verdad que mi labor de lazarillo sin paga en la creación de esta obra cumbre de la decadencia me libraba de ocasos borrascosos y níveas giselas de luna. Pero Humberto no se escapaba y había de pasarse el día debajo de la cama pidiendo perdón a una hada para evitar que lo convirtiese en culebra cetrina.

Cuando, después, volvíamos a estar juntos me decía: no hay mejor pincel que una piel que te habla y suspira.

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