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21 de febrero de 2008

VER


Antes que cualquier efecto o impacto -ya sea emoción o sentimiento- que la obra de arte haga repercutir en nosotros, los espectadores, nos cala la duda sobre nuestra capacidad perceptiva y la forma en que se ha originado y sobrevenido.


Es una disquisición que relaciono con el núcleo básico del arte: su potencial de representación, ya sea de objetos externos, ya de fenómenos mentales o internos. Partimos de la base errónea de que esta cuestión ya ha sido debatida, resuelta y superada, cuando no es así. Y no es así porque hay un déficit de ver, nuestra mirada sigue padeciendo carencias y continúa sin saber desentrañar el misterio y la magia que existen y se muestran en esa representación, es decir, que en la mayoría de los casos sigue estando miope.


Por lo tanto, hay que incentivar y estimular el esfuerzo para que nuestra capacidad perceptiva prosiga su formación, evolución y fortalecimiento, con vistas a ir descifrando esas claves sutiles inherentes a la naturaleza del arte que nos harán apreciarlo cada vez más y que nos inducirán a un reconocimiento de su originalidad, de su calidad de manifestación irrepetible.

Este lienzo, "Aroma ligado a la ausencia", de la mejicana Rocamora Ramírez Ocampo, postula la necesidad de esa aptitud a fin de poder valorar todo su caudal plástico.

En resumen, se ha pasado la noche en este discurrir y no pensar, en este malecón sediento, y todavía Humberto y yo estamos, al alba, sufriendo sin ron que un sol mestizo castigue a la mirada sin ver. Y ciegos y renqueantes buscamos la penumbra.

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