11 de noviembre de 2008

ALBERTO BURRI / HERIDAS


Cuando me encuentro casualmente con esta obra del artista italiano Alberto Burri, reflexiono, por una parte, en como nuevos elementos materiales abren otros ámbitos a la pintura, y por otra, en como esos mismos componentes constituyen realidades autónomas pero siempre ligadas a una conciencia estética basada en el conocimiento y el vivir del tiempo presente.


Burri ahonda en las heridas, en las rupturas, en los tejidos pobres que se remiendan, en metáforas que se esconden para poder sobrevivir. Araña la materia, ya sea plástico, arpillera, hierro, para que la expresión de una existencia que no acaba de ajustarse, que siempre está en quiebra y en trance de volver a construir sobre las ruinas, forme parte de nuestro mundo.


Y también aparecen los deterioros que causa el tiempo transcurrido, el que señala las circunstancias de cada ultraje o los accidentes que acarrean llagas que no tienen caducidad.


Vuelve el agobio a la isla. Todavía no ha dejado de zurcir para tener que recoser de nuevo. No deja de ser una maldición que acierta siempre en sacrificar a las misma víctimas; son tan fáciles de descubrir, tan asequibles, que no puede evitarlo, siempre están disponibles para su disfrute. Y sin embargo el malecón, deprimido por tanto despojo que se arrastra hasta él, grita para anunciar que hay un pueblo que no renuncia a vivir.




6 de noviembre de 2008

EDWARD HOPPER / LA CASA DEL DESIERTO


Es como si esta casa, de arquitectura colonial fuera de época, hubiese quedado olvidada en un paraje desierto donde no se ve a ningún ser humano, mejor dicho, ella es el ser humano que, aunque derrotado, deteriorado y marchito, no se deja vencer. Las vías del tren que se dejan asomar tímidamente son la prueba de que allí no se detiene ninguno, de que nadie rompe esa soledad impuesta por el infortunio.


Edward Hopper, gran artista americano, inclasificable, con ese sensibilidad para precisar la luz y sus sombras, el crepúsculo, la noche y su claridad, es un creador sosegado que vuelca en la pintura la autobiografía de una soledad y de un silencio donde no debía de haberlos.


Y por eso la casa queda ahí sola y callada, erguida a pesar de todo y resguardando su historia, envuelta en el halo de lo que transcurre ilimitadamente aunque su fin es seguir ahí, como un autorretrato que nunca ha de interpretarse pues ya lo dice todo. Hasta en su decrepitud es soberbia.


Días de abatimiento en que mi amigo Humberto y yo no encontramos en el malecón el mensaje seguro de salvación que nos corresponde. Hay tantos y todos son tan distintos que podemos equivocarnos. Nos cansamos de tanto bullicio y fragor y nos fuimos. Al fin y al cabo, la única salvación que conocemos es la penumbra.


5 de noviembre de 2008

ANTONIO SUÁREZ


Muchos años atrás, cuando vimos por primera vez la pintura del artista asturiano Antonio Suárez, miembro fundador del "EL Paso", nos quedamos un tanto atónitos por la densidad atmosférica que inundaba las superficies de sus cuadros, las texturas espléndidas que festejaban delicadamente y con dimensión callada el azar que les ha permitido salir, emerger, mostrarse, como huellas de una realidad viviente.


Antonio es un pintor que quiere que las cualidades y virtuosismos de la materia, del pigmento, del óleo, sean previas a la visión, que incluso sean ellos los protagonistas de fecundar la simiente, de engendrar la obra con esa sabia devoción en que la trama aparece como un coral en perpetuo renacimiento hasta llegar a una ortogénesis múltiple.


Si hay tantos gallos sueltos por el malecón es que andan muy cerca los abakúas. Uno de los sacerdotes, después de arrancarle al pollo unas cuantas plumas del cuello y de debajo de las alas, las coloca en forma de círculo sobre el parche del tambor. Y me invita a poner mi lengua en el centro del circulo. Aterrado, lo hago. Ya nunca podrás decir mentiras, me dice. ¡Y entonces cómo voy a poder sobrevivir sin engañarme! Mi amigo Humberto y yo tomamos camino de la penumbra con la esperanza de que bajo ésta y con unos buenos tragos de ron no fuese exigible esa condena.

3 de noviembre de 2008

JUAN GRIS


Postrado en mi sillón, bajo de ánimo por desafecciones tan ciertas como imaginadas pues nunca sabes lo que hay de verdad en esos monólogos infernales que te asaltan, leo la biografía de D.H. Kahnweiler, el gran marchante de París, escrita por Pierre Assouline.


En sus páginas se evocan los últimos momentos de la vida del artista español Juan Gris, al que estaba muy unido y al que consideraba el hombre más puro, y el amigo más fiel y tierno que ha conocido. Sin duda, el más noble de lo artistas.


Y es que Gris, el que nunca llegó a ser reconocido en su época, insoportable para Picasso (aunque después no se despegó de su lecho de muerte), le dio al cubismo el aura de luminosidad que le faltaba, la que hacía que su pintura tuviese una realidad leve, etérea, un hálito fresco, al mismo tiempo que revelaba tanto su lado intangible como su fisonomía corpórea, paradoja que pone en evidencia el secreto de un sentido del orden que establece jerarquías visuales en la superficie, prodigio de su propia simbiosis.


Nunca dejó de ser el pintor del que se habla para convertirse en el pintor cuya pintura se compra.


Mi amigo Humberto me dice en uno de sus mensajes que la isla se está desplazando muy lentamente porque por debajo de ella son muchos los que la empujan hacia tierras más fértiles y paradisiacas. Y puede ser cierto, tan cierto como que el agobio es un verdugo de destinos que apenas creen que lo son.

31 de octubre de 2008

HOWARD HODGKIN / ALMA DE UN HOMBRE


Si según la creencia mágica partiésemos de la idea de que en el retrato se hallase el alma de un hombre, el poseerlo significa el tenerlo a tu merced. Cuando le infliges un daño a la persona, también se lo estás causando a su imagen.


En este retrato del pintor británico, Howard Hodgkin, es como si los sufrimientos, el dolor, y la angustia ante ellos, hubiesen borrado el semblante dejando únicamente unos mínimos ojos como huella y testimonio de ese padecimiento, de una tortura que ha humedecido el rostro de sangre.


En él no queda desvirtuado todavía ese trasfondo religioso de la identidad entre retrato y retratado, ese abismo que se hace más profundo a partir de los comienzos del arte,cuando nos comenta Plinio, se trazaron líneas en derredor de la sombra de las personas. O como en las leyendas tibetanas y mongólicas, que se concibe la sombra como un retrato en potencia que sólo espera que alguien lo plasme.


Mi amigo Humberto está desolado por lo que ocurrió con uno de sus cuadros. Era un encargo de un cliente que le pidió un paisaje tropical con un loro. Cuando fue a recogerlo, se quejó de la ausencia del loro en la tela, lo que mi amigo explicó diciéndole que éste había volado porque, sin darse cuenta, había dejado abierta la ventana. Y al final no hubo forma de que se lo pagara. ¡Qué caros cuestan esos errores!

30 de octubre de 2008

MI AMIGO HUMBERTO EN LA ENCRUCIJADA


Al traspasar el umbral del taller de mi amigo Humberto, me encontré un gallo con sus patas empapadas en naranja encima de un lienzo. Me aseguró que lo había hecho Hakusai en Japón. Después imitó a Protógenes arrojando una esponja impregnada en rojo sobre la tela. El efecto obtenido era ininteligible y confuso, hasta el punto de que el ave galliforme no se reprimió en mear encima para imprimirle más nitidez.


Inconsolables y meditabundos, nos fuimos a dar un paseo y al llegar ante una pared mugrienta se puso a mear, diciéndome que Piero di Cosimo al fijar la vista en un muro lleno de vómitos, imaginaba batallas entre jinetes, extrañas ciudades y los paisajes más extensos nunca vistos. Y el pintor chino del siglo XI Sung-ti aconsejó a Ch'en Yung-chih que pintase un paisaje de acuerdo con las ideas sugeridas por un muro derruido, porque entonces el pincel seguirá el juego de la imaginación y el resultado será divino y no humano.


Pero los meandros dejados por el orín no resolvieron nada. Sería, supusimos, por su nula consistencia o demasiado aguados por la carencia de ron.


En esas aparece un agente de la autoridad y nos lleva, temiéndonos lo peor, ante el juez por considerarnos autores de un delito contra el patrimonio inmobiliario, pero el magistrado, ante nuestro asombro, se remitió a una célebre sentencia del rey inglés cuando Hans Holbein fue acusado: "Sabed, Señor, que, si quisiera, podría convertir a siete campesinos en siete condes pero nunca siete condes en un Hans Holbein".


Y fue así como quedamos libres y con más empeño que nunca en trazar la silueta de las sombras en ese escaso amanecer en el malecón.


EL ARTISTA


La antigüedad clásica no atribuía un talento especial o singular a pintores o escultores. Según Schweitzer, "la posición social del artista en la ciudad-estado griega era aún muy limitada, caracterizada por la falta de independencia, la mitad de los derechos ante la ley y una estimación de su rango extraordinariamente baja".


Los motivos estribaban en la condición manual de su labor y en la concepción platónica del arte como mimesis, o imitación de la naturaleza, un reflejo lejano del verdadero ser, que el arte intenta copiar como una segunda mano. Platón los consideró artesanos porque les faltaba por completo la inspiración divina con que contaba el poeta.


Es Plotino, ya después del siglo IV a.d.Cristo, el que ante una imagen de Zeus explicó que lo que tenía Fidias en su interior no era la representación del dios sino su propia esencia.


Tal afirmación facilitó el camino a una revisión del concepto de artista, llegando a equipararle a los poetas y pasando, igual que éstos, a ser protagonistas de sus propias biografías.


Finalmente, hemos de señalar que esta imagen del artista no se perdió del todo en la Edad Media y reapareció triunfante con el Renacimiento.