Si según la creencia mágica partiésemos de la idea de que en el retrato se hallase el alma de un hombre, el poseerlo significa el tenerlo a tu merced. Cuando le infliges un daño a la persona, también se lo estás causando a su imagen.
En este retrato del pintor británico, Howard Hodgkin, es como si los sufrimientos, el dolor, y la angustia ante ellos, hubiesen borrado el semblante dejando únicamente unos mínimos ojos como huella y testimonio de ese padecimiento, de una tortura que ha humedecido el rostro de sangre.
En él no queda desvirtuado todavía ese trasfondo religioso de la identidad entre retrato y retratado, ese abismo que se hace más profundo a partir de los comienzos del arte,cuando nos comenta Plinio, se trazaron líneas en derredor de la sombra de las personas. O como en las leyendas tibetanas y mongólicas, que se concibe la sombra como un retrato en potencia que sólo espera que alguien lo plasme.
Mi amigo Humberto está desolado por lo que ocurrió con uno de sus cuadros. Era un encargo de un cliente que le pidió un paisaje tropical con un loro. Cuando fue a recogerlo, se quejó de la ausencia del loro en la tela, lo que mi amigo explicó diciéndole que éste había volado porque, sin darse cuenta, había dejado abierta la ventana. Y al final no hubo forma de que se lo pagara. ¡Qué caros cuestan esos errores!
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