Muchos años atrás, cuando vimos por primera vez la pintura del artista asturiano Antonio Suárez, miembro fundador del "EL Paso", nos quedamos un tanto atónitos por la densidad atmosférica que inundaba las superficies de sus cuadros, las texturas espléndidas que festejaban delicadamente y con dimensión callada el azar que les ha permitido salir, emerger, mostrarse, como huellas de una realidad viviente.
Antonio es un pintor que quiere que las cualidades y virtuosismos de la materia, del pigmento, del óleo, sean previas a la visión, que incluso sean ellos los protagonistas de fecundar la simiente, de engendrar la obra con esa sabia devoción en que la trama aparece como un coral en perpetuo renacimiento hasta llegar a una ortogénesis múltiple.
Si hay tantos gallos sueltos por el malecón es que andan muy cerca los abakúas. Uno de los sacerdotes, después de arrancarle al pollo unas cuantas plumas del cuello y de debajo de las alas, las coloca en forma de círculo sobre el parche del tambor. Y me invita a poner mi lengua en el centro del circulo. Aterrado, lo hago. Ya nunca podrás decir mentiras, me dice. ¡Y entonces cómo voy a poder sobrevivir sin engañarme! Mi amigo Humberto y yo tomamos camino de la penumbra con la esperanza de que bajo ésta y con unos buenos tragos de ron no fuese exigible esa condena.
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