El artista español Eduardo Naranjo ha suscrito un pacto con el tiempo. Éste le permite que una pátina envuelva toda su pintura, como la de esta obra, "Espacio para un sueño", en una evocación e invocación de un momento mutilado de nuestra existencia, que se amalgama en una, dos o más realidades que mediante esa atmósfera cromática fría, sucia y cochambrosa, escenifican apariciones que brotan de un soplo de muerte.
La irrealidad de lo real, lo fantasmal que encubre la ruina, el fin, la desaparición de lo vivo en un entorno físico a punto de ser arrasado.
Obliga a nuestra mirada, en una rememoración que es también condena, a interrogarse sobre el fundamento de lo vivido y de su designio, sobre como esa pérdida, señalada por la ira de Cronos, se recupera en toda su poesía en la pintura de Naranjo, la cual no escatima sinsabor y belleza.
En el malecón no hay pasado que recuperar, ni futuro que vaticinar y el presente es un espacio que no te admite soñar. Camino hacia arriba y hacia abajo sumido en este destierro nocturno que no me ahorra alucinaciones y espectros. De vez en cuando me cruzo con hembras híbridas y mudas de sonoras extremidades. Son como retratos de la resurrección de la carne en un mundo carente de ella. Es una pena que mi amigo Humberto no esté aquí para inmortalizarlas como luz bajo estas detestables sombras.