Edward Kienholz, artista estadounidense del "funk art" -que emplea materiales escatológicos o pornográficos-, conocido por sus montajes tridimensionales, nos propone en esta obra, "Sollie 17", una visión acorde con la renovación tecnológica y científica que se operaba en la segunda mitad del siglo XX.
Ésta nos ampliaba el campo y la perspectiva de nuestra mirada, en línea con los nuevos medios de producción de imágenes, la cual se hacía a tono con el entorno físico y espiritual donde transcurre nuestra biografía.
Y también se incorporaban al bagaje material del artista innovadores elementos y materiales que le permitían concretar y definir el proyecto en las coordenadas por las que discurría tal tiempo histórico y cultural.
Este montaje nos revela una estética basada en un compromiso moral y social, que pone en evidencia la sordidez, la pobreza, la soledad y el desarraigo de una humanidad confinada en células urbanas axfisiantes, carentes de espacio vital y abotargadas por su propia inanidad.
Un personaje reducido a ínfimos movimientos, a unos mínimos gestos que a fuerza de repetirlos le conducirán a la locura o a un inevitable ensayo para la muerte.
Desde la Galia me llegó la voz de mi amigo Humberto, acosada por el fondo transeoceánico, conminándome a hacer un conjuro que le rescatase de las furias celtas que lo tenían hechizado. Me brindé a ello y ahora estoy esperando en el malecón a que aparezca una arpía rugosa y pérfida que espante mis miedos. Son tantos y tan escaso el ron para dormirlos.
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