Gombrich nos señala que el arte moderno ha descartado las restricciones y tabúes que limitaban la elección de los medios y la libertad de experimentación del artista. Para el artista, nos dice, la imagen en el insconsciente es una idea tan mítica e inútil como la de la imagen en la retina. Dondequiera que el artista dirija su mirada, sólo puede hacer y comparar, y, a partir de un lenguaje desarrollado, escoger la más aproximada equivalencia.
Por consiguiente, el arte no deja de ser una manifestación que va avanzando a medida que la exploración y la investigación abre nuevos rumbos. Igual que otras manifestaciones o actividades. Y sin embargo, si en las diciplinas científicas tal aserto es tan claro y reconocido, en el arte cuesta todavía admitirlo. Somos aún renuentes a aceptar la modernidad, y ya no digo ese movimiento impostado llamado postmodernidad, que fue más bien producto de la moda o de una mixtificación.
¿Y cuáles son los factores en los que se asienta esa dificultad de aprehender? Indudablemente son varios y de distinta índole pero el principal, yo creo, reside en una educación y un entorno que no están sensibilizados con la necesidad de valorar el arte como un elemento imprescindible para la vida y la convivencia. Al contrario, es como un elemento esotérico y externo que tiene una ubicación dudosa para algunos, siendo para otros un motivo de inversión o lujo, e indiferente para unos cuantos más. No obstante, hay ciertos síntomas de que algo puede estar cambiando pero no soy optimista, todavía hay mucho camino por recorrer.