La pintura la concibo como una compañera amigable e inspiradora para nuestra vida, leal y fiel a lo que tiene de aventura nuestra existencia. Sublima y apacigua, sosiega y nos educa, nos civiliza. Por eso, es muy difícil comprender que en nuestra sociedad sea todavía una experiencia tan minoritaria, tan escasamente participativa, lo que demuestra que todavía no sabemos ver, ni mirar y aún menos, contemplar. Es un esfuerzo sutil, mental, intelectual, que no requiere esfuerzo físico, ni acción ni una actividad desenfrenada. Todo lo contrario, es quietud y silencio y concentración en la mirada. Y acabamos descubriendo que se abre un nuevo universo en nuestro imaginario, a partir del cual estamos poseídos por una nueva visión.
Y ha de entenderse -no hay confusión posible- que forma parte de nuestra propia realidad, incluso de la materia de la que estamos hechos, que es parte de nosotros mismos, que ha estado con nosotros siempre en calidad de testigo y testimonio.
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