21 de mayo de 2009

JORGE PERUGORRÍA (PICHI)

He tenido la oportunidad y el placer de asistir a la inauguración de la exposición de Jorge Perugorría, el gran actor cubano, en Oviedo, mi ciudad natal. Y confío en que dentro de unos años se repita tanto el deleite como la ocasión.

Él mismo me comentó, en un breve cruce de palabras que pudimos mantener, que su imaginario visual se llenaba de tantas cosas y experiencias, se le acumulaba tanto que tenía que cambiar de línea, de procedimientos y de procesos en cuanto considera que un proyecto ya está agotado. No es descartable que esa precipitación lo obligue después a detenerse en lo que todavía prometía, en lo que tenía de ramificaciones desapercibidas y ahora aparecidas y que exigían una nueva proyección.

Con ello queda de manifiesto que no es una sorpresa que de un pintor como él, inquieto, atento y observador, emane una pintura extrovertida, que quiere salir a la luz y dialogar, que se exterioriza porque en ella pasión y visión se mimetizan en una sola, la cual nos depara esa comunicación insoslayable.

Esta serie dedicada a la Habana muestra una realidad plástica que a través del olvido llega a una memoria que tiene como misión no dejar que lo efímero tape lo perecedero, lo primero siempre se viste y acaba pudriéndose por ello, lo segundo está desnudo. Para ello, rescata una geometría urbana que por medio de un fuerte impacto cromático aborda otra dimensión de la ciudad (¿alguien sabe cuántas tiene?), esencializando los valores que personifican su verdad.

Perugorría, al abordar esta empresa, se ha enfrentado con su propio olvido y su reverso, pero también con el propósito de que la luz recabase la conducción de directora y mentora de los laberintos oscuros de ese homogéneo conjunto arquitectónico y constructivo que es como el estandarte que resume el antes y el después de una urbe contenida entre muros, malecones y fortalezas, entre cuyas grietas y resquicios la poesía de la búsqueda se hace sustancia. Incluso en algunos de los lienzos una mirada al cielo nos descubre unas criaturas angelicales que aparentemente guardan y protegen, tal que símbolos de una ciudad que por sus reminiscencias ancestrales los necesitara para traer una lluvia de purificación y libertad.

Admitiendo y aceptando que soy acérrimo partidario de sus series anteriores, estimo y repito que en ésta hay un cambio evidente de registro para no perder lo más importante: el hilo que conduce a explicarse y ver su entorno social, histórico, paisajístico, cultural, familiar, como una obra que, al igual que sus chorreados, se derrama en el poso de completar una habitación llena de lagunas ateridas por tanto olvido colectivo. Yo creo que en ese sentido lo consigue, aunque su capacidad para reservarnos más y mayores sorpresas en el futuro es infinitamente mayor. Jorge es impredecible, tal como él mismo me ha admitido, por consiguiente, que nos siga enseñando y trazando caminos que nos permitan seguir mirando y viviendo.


Hoy, el malecón cuenta a sus habitantes con el objeto de organizar una aguerrida mesnada. Pero los resultados no son muy esperanzadores antes tantos paralíticos, mutilados, cojos, lisiados. Y después había que sumar a los ciegos, mudos, sordos y sordomudos. Sólo eran válidos los proscritos y éstos no eran de fiar. Entonces dispuso una peregrinación al santuario de la Virgen de la Regla para su curación. No se supo lo que ocurrió pero según se dedujo después la Virgen se asustó y pidió un inmediato traslado a otra isla, con lo que tuvieron que regresar tal como habían ido. Le digo a Humberto: "es que menos en lo de la penumbra, no acierta ni una".


13 de mayo de 2009

ESTEBAN FRANCÉS

Hay días y momentos en que necesitas reconciliarte con tus alucinaciones. A través de ellas deseas contemplar fuerzas, designios, conmociones, que renueven un imaginario que te resultaba agobiante porque lo acumulado en él sólo te funcionaba sin olor y sin memoria, y sin entelequia, ensueños y fantasía.
Estas obras del poco conocido artista español y catalán Esteban Francés, adscrito al "ideario" surrealista y hoy ya desaparecido, se pueblan de visiones ígneas y transparentes, dinámicas y tortuosas, que excitan miradas, avivan imágenes desfallecidas, activan representaciones, provocan desconciertos o azuzan ansias dormidas.
Pintura para incitar y exaltar, conservan las virtudes atribuidas a su narcisista movimiento que quiso ser principio y final de todo, fuese o no fuese, y también sus vicios, pues sin ellos nunca habría paradoja posible.

Humberto yo le pedimos al malecón que nos ceda un momento sus poderes para que no seamos indefensas figuras o una banda de música que tenga el corazón como los témpanos (Luis Lorente). Petición denegada a sumar a la lista.



12 de mayo de 2009

ALFRED MANESSIER


Los descubrimientos no acotan los términos que puedan limitar los cambios o las innovaciones, al contrario, dejan que la expresión se llene de augurios y vaticinios, de predicciones y presagios.


Este artista francés del siglo XX, Alfred Manessier, bastante desconocido, miembro de la escuela de París, hace del color, señal de identidad de aquella época, un muro en el que disponer una fragmentación ordenada que va consumiéndose y agotándose con la creación de cielos fecundados.


No es un lenguaje desnudo ni escueto, es un vocabulario de sintaxis múltiple de capas y geometrías que cohabitan y que al final confluyen en ofrecernos un mural de significados plásticos. En él nuestra mirada interrelaciona estas oraciones vidriadas que se asombran de su propia condición de desdén por lo que no es o no ha podido ser y de aprecio por lo que es y ha podido ser.


No es una obra de y para la meditación, ni tampoco para la introspección, es pura extroversión de perpetua gravidez, y que como tal es un dádiva que postula una manifestación de puro asentimiento.


El día esta húmedo y el malecón más. Aparecen hierros oxidados y cadenas en las rocas de su muro, presagios que no queremos ver. Son señales que ni siquiera se pueden pintar pues nunca salen de su ocultamiento.

11 de mayo de 2009

JULIO GONZÁLEZ

Julio González, el gran escultor español, está también en el Reina Sofía. Juan Muñoz, que asimismo coincide ahí, y él, en el limbo que les haya tocado, se acompañan y dialogan como continuar una obra en esos confines si es que son tan eternos como sus obras.

Julio pudo haber contado o le contaría cómo fue un hábil e imaginativo artesano y orfebre, cómo se hizo con destrezas y soluciones imprevistas, cómo trabajó el hierro, el cobre, con la forja y la soldadura, cómo un día miró a su alrededor, tal como le aconsejó Picasso, y encontró otras formas que sin él jamás habrían tenido la posibilidad de ser. Y así, empezando por lo indeterminado llegó a lo determinado, como si al mismo tiempo se fuese creando a sí mismo con otra anatomía.

González convirtió el espacio en un ámbito de prodigios mediante la transformación del hierro en juego de presencias íntimas en las que se materializaron los ecos de la tierra. Se muestran ante nosotros como una simbiosis de lo arcano y atávico, crecen tal que aristas y se arropan como cactos que respiran hálitos de vigor y fuerza.

Son habitantes que pueblan orbes de hierro, que conviven con una estética indefinible que no se conjuga con metáforas o hipérboles; son, en definitiva, pensamientos que eran fugaces hasta que fueron atrapados en lo metálico, en lo inorgánico, para que sembrasen milagros en nuestro entorno.

Si hasta ahora hemos estado ciegos, ya es el momento de abrir bien los ojos y ver.

A Humberto y a mí hoy nos ha tocado ser espíritus maltrechos para acompañar al malecón en sus ansias de expresión de melancolías insidiosas por todo aquello que está ocurriendo en su perímetro de poder. Al final siempre somos nosotros los que recibimos sus pesares y siempre son los ñáñigos los que se libran. No buscamos razones, estamos cansados de que se nos escapen y no vuelvan.

10 de mayo de 2009

IÑIGO ARREGUI


El hierro, el acero, la forja, la herrería, son sinónimos de la tierra vasca, de su suelo, de su raíz plagada de mitos e historia.


Íñigo Arregui, artista y escultor perteneciente a ese pueblo, en su exposición en la galería Arte Contemporáneo de Madrid, refleja los componentes básicos de ese sentido territorial pero sublimándolos hasta proyectarlos bajo una simbología propia.


Lo compacto de las paredes o muros se arraiga en la base, como creando raíces dentro de ella, y los techos son volátiles, etéreos, para que la luz penetre en esos templos tectónicos que la aguardan para poder construir quimeras que ofrezcan al espíritu el reposo que necesita.


A pesar del acero, las siluetas son descarnadas porque miran más hacia el alma que quiere esconderse en ellas, y con ello lo férreo se desmaterializa en orden a que sean santuarios de lo insondable, donde la invocación a lo telúrico sea desde el espacio que la haga posible.


La contemplación de estos casi iconos no nos sume en una perplejidad sino en una aventura persistente que no deseamos que cambie ni se detenga.


Hoy el malecón está en silencio, Humberto y yo también. Lo que podamos decirnos ya nos nos espera.


7 de mayo de 2009

EL PERRO DE GOYA


¿Por qué en esa pequeña cabeza de perro nos llegamos a imaginar a nosotros mismos? ¿Vemos a un humano en él?


¿Por qué con sólo un perfil vemos toda la cara, su expresión de sumisión, mansedumbre y resignación?


¿Está en él, en el destino de ese cachorro, Francisco de Goya aguardando fatídicamente la muerte?


¿Qué es lo que él ve que a nosotros se nos impide ver? ¿Acaso cuenta con ello para probar nuestra mirada?


¿Cuál es el enigma de una pintura cuya monocromía es la fuente de la emoción que asalta al espectador?


¿Esa intemporalidad, ilocalización y descontextualización son un deliberado propósito para que la visión esté totalmente abierta y persiga la perennidad?


¿Es el gesto despectivo de un artista agotado y amargado que con lo exiguo quiere llegar al límite?


¿Y por qué un perro, un mísero can pordiosero?


¿Es que en esa escueta escena, si se me permite calificarla así, se halla inmerso todo el turbulento mundo interior de Goya, sus premoniciones, sus miedos, sus frustraciones y desdichas?


¿Es un secreto que quedará en lo más profundo de esta maravillosa obra de arte?


Humberto y yo nos sentamos en nuestra esquina del malecón. Una brisa dorada abrillantaba las aguas mansas que acariciaban nuestros pies. Un perro se acercó a nuestro lugar. Le dimos la bienvenida y le hicimos un sitio. Nos dijo que era el perro pintado por Goya que después había sido desterrado. Estuvo hablando toda la noche. Al amanecer aulló y nos dejó. Hasta siempre, amigo.



6 de mayo de 2009

JOSÉ ÁLVAREZ VÉLEZ

Regreso de nuevo a José Álvarez Vélez, el intuitivo artista alavés, desde la libre percepción que me permite una adecuación de lo mitológico personal (Gaya Nuño) en el momento de confrontar una obra que se abre y se cierra en sí misma, consiguiendo que lo aprehendido lo abarque ansiosamente todo (una abstracción, como dice Ramón Gaya, es hija del anhelo de bucear en el fondo de toda pintura).

Lo contingente de su trabajo hace posible la simultaneidad de lo tangible y de lo intangible, siendo esto último el soplo que invisible impulsa la energía necesaria, tanto en oleadas centrífugas como centrípetas.

Y tras unas fases previas de ejercicio del oficio -y aquí hay mucho- y de la capacidad para penetrar, todas ellas, con desparpajo y sintonía, desembocan en un tropel de clamores cromáticos que dinamizan oreando, estructurando e infundiendo ser a aquello que se enfrenta a nuestra mirada desde un orden plástico que ampara el encanto que se manifiesta a través de esa sinfonía coral.

Gaya expone la suposición de que en la pintura abstracta el color aspira a tanto goce vital como el que nos proporcionaron los venecianos y los impresionistas.

Álvarez Vélez es uno de los grandes abstractos de este país y ya forma parte de mi particular y personal selección, y en virtud de mi propia y exclusiva cuenta.

Repican a muerto en el malecón. Los cantos fúnebres nos envuelven en su patético adiós. Humberto y yo, en nuestra esquina, nos limitamos a beber ron con rencor y malos augurios.