Los descubrimientos no acotan los términos que puedan limitar los cambios o las innovaciones, al contrario, dejan que la expresión se llene de augurios y vaticinios, de predicciones y presagios.
Este artista francés del siglo XX, Alfred Manessier, bastante desconocido, miembro de la escuela de París, hace del color, señal de identidad de aquella época, un muro en el que disponer una fragmentación ordenada que va consumiéndose y agotándose con la creación de cielos fecundados.
No es un lenguaje desnudo ni escueto, es un vocabulario de sintaxis múltiple de capas y geometrías que cohabitan y que al final confluyen en ofrecernos un mural de significados plásticos. En él nuestra mirada interrelaciona estas oraciones vidriadas que se asombran de su propia condición de desdén por lo que no es o no ha podido ser y de aprecio por lo que es y ha podido ser.
No es una obra de y para la meditación, ni tampoco para la introspección, es pura extroversión de perpetua gravidez, y que como tal es un dádiva que postula una manifestación de puro asentimiento.
El día esta húmedo y el malecón más. Aparecen hierros oxidados y cadenas en las rocas de su muro, presagios que no queremos ver. Son señales que ni siquiera se pueden pintar pues nunca salen de su ocultamiento.
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