18 de marzo de 2008

ESPACIOS


El día amaneció pálido y quizás por eso me haya venido a la mano la angustia de una escritura que sólo pueda dejar silencio en el papel.


Tampoco tengo la mirada iluminada ni expectante en busca de rincones donde se produzca un fenómeno que nos invite a compartir o una experiencia que nos convoque a festejar.


La materia nos ha ofrendado prodigios que hoy nos niega, y únicamente Wifredo Lam, que ya se ha ido, era el que los extraía de las grutas invisibles en las que se guarecían los cimarrones africanos para celebrar cultos que los devolviesen a sus tierras.


Y también nuestros espacios ficticios, para mi amigo Humberto y para mí, se han estrechado tanto que tendremos que aprender a volar para hacerlos más vastos. Las gaviotas del malecón han querido ayudarnos pero era tal el vértigo cuando nos elevábamos que al ver los fondos leprosos decidimos posponer el viaje hasta definir otros rumbos más cálidos.


De esta breve incursión inferimos que la patera era más segura y que ahora, mi amigo Humberto, podría sopesar lo que era una obra de arte y yo estaría en disposición de pintar con su mano buena la botella de ron que nos faltaba, tal era nuestra desesperación sin ella.


Y es que el espacio necesita un principio aunque empiece por el fin.

17 de marzo de 2008

Gregorio Vigil-Escalera Alonso - Red de bloggers Alianzo

Gregorio Vigil-Escalera Alonso - Red de bloggers Alianzo

MANUEL MENDIVE


Cuando hoy nos acercamos al malecón mi amigo Humberto y yo, percibimos un fragor inusual en momentos como los de ahora, que siempre están atravesados por ecos de murmullos clandestinos.


Y nuestra sorpresa fue mayúscula cuando de buena a primeras nos tropezamos con esos oriundos de las profundidades caribeñas que sabíamos que pululaban por los rincones pétreos de la escollera habanera, pero nunca se habían dejado ver.


Únicamente el pintor cubano Manuel Mendive había llegado a atisbarlos, a establecer con ellos un lenguaje que los mostrase como los pobladores ancestrales y milenarios de la isla. Él supo comprenderlos y descubrir su mundo secreto, de cuya revelación en refulgentes imágenes nos ha hecho depositarios.


¿O habría sido mejor dejarlos ocultos para inspirar con ello la fantasía de los que les sucedieron y habitan desde entonces el malecón con la infinita esperanza de ser ellos también pobladores de ese mundo?


Cuando nos vieron a mi amigo Humberto y a mí desaparecieron, al parecer no estábamos investidos de luz sino de penumbra, y eso los hacía sospechar de nuestra entraña insatisfecha.


Entristecidos, bebimos ron impuro hasta el alba, confiando en que la próxima ocasión se acercarían y nos murmurarían como pintar lo que está más allá de esta realidad que nosotros encarcelamos.


14 de marzo de 2008

DESTINO DE LA PINTURA


Son muchos los siglos en los que la pintura ha sido un permanente signo de referencia, formando parte de nuestra identidad, mejor dicho, de una manera muy concreta de expresarla.


Sus desarrollos y continuas mutaciones han sido los espejos de sociedades y civilizaciones, y nunca, con mejor o peor fortuna, le han faltado intérpretes, aunque ha sido el siglo XX el que con su imparable aceleración ha concebido transformaciones sucesivas que se devoraban unas a otras.


Ahora, en la situación actual, parece que entramos en un periodo en el que cada día se formulan nuevas tesis y teorías, cada cual más sofisticada, tecnócrática y hermética, donde los perfomances e instalaciones fugaces sustituyen los iconos históricos que han nacido siempre con una vocación de permanencia visible, no efímera. Y ahí están los museos para corroborarlo.


Pues bien, habrá que empezar otra vez, habrá que ir al origen y buscar formas y dimensiones que se encuentren todavía ocultas y se mantengan secretas, y permitan la genuina recuperación de la pintura tal como se ha entendido que debe ser. Si es un arte de la luz, como dice Félix de Azúa, hagamos que lo sea.


Simplemente hemos de pedirle que sea la marca visible que acune la soledad de una humanidad vencida. Y la acune lo más cercana posible, casi a nuestro lado. ¿No es mejor que esté en todas partes si denota lo que es propio e intrínseco a ella?


La nocturnidad en el malecón no dejaba ver pero presentías que era la ocasión para las barracudas de acercarse a comprobar que aún la mudanza no batía el mar y los desechos seguían sin tener un contenido que mascar.


Arriba, mi amigo Humberto en su taller, probaba por enésima vez el modo de pintar sin estar presente, sólo la metáfora de un vaso de ron reemplazándole. Fue inútil, no ha llegado todavía el momento de descubrir el misterio de tal innovación, ni siquiera estando en persona en la imaginación.

11 de marzo de 2008

MI RETRATO


Mi amigo Humberto hizo, por fin, mi retrato, y, tras unos instantes ante él, no supe que decirle.


Miguel Angel, ante las protestas de los Médicis, les contestó:


"Dentro de mil años a nadie ha de importar el aspecto de vuestras mercedes".



Max Libermann le replicó a un cliente disgustado:


"Su retrato, señor marqués, se le asemeja mucho más de todo cuanto usted pueda llegar a asemejarse a sí mismo".



Picasso tuvo que consolar a Gertrude Stein:


"No te pongas así, mujer; ahora no te pareces mucho, pero ya te parecerás".



Mi amigo Humberto, consciente de mi silencio, me manifestó:


Este retrato tuyo que nunca quise hacer recupera lo que tienes de imprescindible. El resto lo he desechado por inservible. Y lo imprescindible es aquello que no es posible: como una carátula hecha sin espacios, sin palabras, sin materia , sin origen, sin ni siquiera luces y sombras. Y en cambio yo he llegado a concebirte a pesar de todo. Incrústate ahora en la efigie y de esta forma podrás maldecir tu imposible destino .


Y habiéndolo hecho lo abandoné en la noche sin una gota de ron, y sin rumbo y en mi desfraz de fantasma me harté de contar mulatas que estaban mitigando ardores en un malecón que hoy le daba por bautizar espumas rugientes para detener el viento.


10 de marzo de 2008

DE NUEVO EL ABSTRACTO


El abstracto ha ambicionado desde su nacimiento ser la sublimación de la pureza. Rechazaba lo reconocible en aras a construir una realidad interior, autónoma, que se formaba a partir de un sentimiento del color.


Kandinsky, el casual descubridor, no quería que entre su ojo y el color mediara la referencia a un objeto, deseaba verlo en sí mismo, liberado de serviles compromisos con los cuerpos de las cosas.


Malévich, en su obra "Cuadrado negro sobre fondo blanco", explicaba que el cuadrado negro es la sensibilidad y el fondo blanco es la nada. ¿Había un mejor modo que el suprematista para significarlo?


Piet Mondrian aspiraba a que la pintura fuese de tal pureza que no se detectase la mano del pintor. Sólo toleraba la gama pura (rojo, amarillo y azul) y la ausencia de color (blanco-negro).


Mark Rothko, cuyas grandes telas decoraban despachos, salones y salas de juntas de los millonarios de Wall Street, pensaba que en su pintura se descifraba el secreto pero el inmediato acceso al terror salvaje, al sufrimiento, a los caminos cegados y a las aspiraciones muertas que yacen en el abismo de la existencia humana. Acabó millonario también pero suicidándose.


Después de estas reflexiones, mi amigo Humberto me reveló que aunque el color era un ser viviente que como tal se manifestaba en su paleta, era incapaz de transformarlo sin la consistencia de otra presencia, sea quien sea. Una confesión que nos sumió en un ensimismamiento tal que estuvimos ciegos ante una carne de ébano que nos brindó poca sombra y mucha sed. Sin la epifanía de estos cuerpos, sentenció, el color corre el peligro de extraviar su ser. El ron le dio la razón.

ALBOROZO


Hoy, el malecón tiene tanto sabor de sangre que hasta las salpicaduras de sal que nos mojan son de color rojo. El sol quema la respiración y los peces, asomados al dique, quedan muertos de no poder saciar la corrosiva sed que les aflige.

Mi amigo Humberto y yo nos hundimos en esa atmósfera de desventura que el silencio de una algarabía oscura no nos había dejado de perseguir desde el alba. Y el ron ya no daba para ninguna celebración del arte. Decían que estaba muerto.

Tan muerto como Empédocles, que se arrojó de cabeza al Etna, o como Crisipo de un ataque de risa, o como Heráclito cubierto por una nube de excrementos, o como Diógenes devorado por unos perros, o como Aristóteles al ahogarse intentando llegar a la isla de Eubea, o como Epicuro comido por las lombrices, o como Pitágoras al no atreverse a cruzar un campo de habas.

Entonces nos subimos al muro, nos zambullimos y caímos al fondo. Pero todo fue inútil, unas sirenas mestizas nos rescataron y con una ternura impropia de ellas nos depositaron en las rocas. Al despedirse, le dijeron a Humberto que nos salvaron porque alguien tenía que seguir pintando lo que no podía verse.

A pesar de la mano manca y el pie cojo, el regreso al taller lo hicimos con gran alborozo, tanto que hasta los habitantes del callejón salieron de la penumbra.