Mi amigo cubano y pintor Humberto Viñas se esconde en su taller minúsculo de La Habana, en Miramar, para fundir la nocturnidad del mediodía con la incandescencia de la penumbra del anochecer. El preña los amaneceres de angustias y soledades y después se amodorra con una botella de ron amarrada a la pata de la cama.
Poco a poco, en las pesadillas del alba, la mano conduce las formas de unos habitantes que estaban dormidos y que con la niebla se van configurando hasta mostrar el cuerpo de la desesperación. Humberto los memoriza, los evoca y los conjura, porque ya son parte de sí, de su obra siempre inacabada y que de paso en paso se le derraman por el pincel sobre el lienzo.
Se levanta con el sueño roto y en las tinieblas de su pequeño cubil desgrana lágrimas de color que se convierten en vibrantes poemas en los que rescata el valor de la plasticidad con la hondura del aliento.
Es un hombre de pasiones, de islas, de mar y reencuentros, Yo me sigo reencontrando con él y paseamos por el malecón de las llagas, por la arena de los graos dispensadores de melancolía y por los marjales que niegan la suerte, la que él se merece en una Cuba que se debate en la lucha por la vida.
El y yo no queremos ser "ese pasado, que tal como escribe mi amigo Horacio Vázquel-Rial en su libro "Revolución", no es más que memoria y que cambia con la memoria, y la memoria cambia con nosotros, que estamos cambiando siempre". Nosotros queremos ser presente hasta siempre. Así sea.
Poco a poco, en las pesadillas del alba, la mano conduce las formas de unos habitantes que estaban dormidos y que con la niebla se van configurando hasta mostrar el cuerpo de la desesperación. Humberto los memoriza, los evoca y los conjura, porque ya son parte de sí, de su obra siempre inacabada y que de paso en paso se le derraman por el pincel sobre el lienzo.
Se levanta con el sueño roto y en las tinieblas de su pequeño cubil desgrana lágrimas de color que se convierten en vibrantes poemas en los que rescata el valor de la plasticidad con la hondura del aliento.
Es un hombre de pasiones, de islas, de mar y reencuentros, Yo me sigo reencontrando con él y paseamos por el malecón de las llagas, por la arena de los graos dispensadores de melancolía y por los marjales que niegan la suerte, la que él se merece en una Cuba que se debate en la lucha por la vida.
El y yo no queremos ser "ese pasado, que tal como escribe mi amigo Horacio Vázquel-Rial en su libro "Revolución", no es más que memoria y que cambia con la memoria, y la memoria cambia con nosotros, que estamos cambiando siempre". Nosotros queremos ser presente hasta siempre. Así sea.