- Adorno lo tenía muy claro: el criterio central es la fuerza de su expresión, gracias a cuya tensión las obras de arte, con un gesto sin palabras, se hacen elocuentes. Por su expresión las obras de arte aparecen como heridas sociales, la expresión es el fermento social de su autonomía.
- En la obra del francés CADIO la tensión puede ser tenebrosa y hasta nauseabunda, sospechosa de descubrir una realidad solitaria y agónica, que trata de contagiar a nuestra mirada de su propio horror.
- Sus tonos sombríos y fantasmagóricos no dan tregua, son testimonios vivos de un pensamiento pictórico que no puede huir de sí mismo, se enquista en él como paso previo a su vómito en la representación depositada en el soporte. Magnifica la impiedad enmascarada como senda de pago de una existencia que tiene que ser vista así. Ya habrá otros para vestirla con mejores prendas.
- Lo que encierra una verdad es que estamos ante la obra de un autor genuino, que no tiene deudas que contraer, al que le da igual que le busquemos referencias, la poética de sus creaciones tienen su hechura, su vigor y saber en la capacidad de barrenar lo que no es auténtico y de dejar el esqueleto de lo que lo es. Y nos estremece.
- Se asomaba para ver
- y veía siempre una interminable fluencia,
- pero no traicionó nunca las posibilidades de la mirada.