Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe.
La escultura moderna, a partir del cubismo, recorre ya por sí sola caminos inusitados. Innovaciones en materiales, técnicas, procedimientos y conceptos permiten ofrecer un sinfín de soluciones y momentos evolutivos de gran creatividad.
Uno de esos hallazgos se refiere a la pérdida de espesor, corporeidad, robustez, a que el interior sea transparente porque son las líneas del exterior las que juegan a marcar el sello de la identidad como síntesis. El español CABEZAS así lo ha entendido porque sabe jugar con el halo como el reflejo del que la escultura se hace eco.
En algunas obras el viento se hace sentir, flexibiliza y hace surgir la figuración como si fuesen ondas magnéticas, hasta concurrir en una aleación que confiere luz e imaginación al espacio. En otras, jaulas de rejas gruesas y sólidas provocan en sus habitantes el dolor de no poder salir, de condenarse a estar dentro eternamente. ¿Una alegoría de la incomunicación que nos aqueja? Y están las que aparecen como filigranas que se han ido desenvolviendo y culminando en la conformación de un rostro al mismo tiempo sin dejar de ser máscara. Toda una celebración, en fin, del hierro y su férrea vestidura.
En el israelí MORDEJAI no sólo ha habido una incubación cubista sino que no ha perdido el olor y la profundidad introspectiva por el claroscuro, por el sentido clásico, por esos personajes sin iris, sin pupilas, sin córneas, ciegos porque miran hacia adentro y hacia adentro vuelcan su destino.
Años duros y sufridos, de persecuciones por una supuesta condición maldita, de supervivencia y de continuar pintando aquello que nos deja un futuro y un ser en el que pensar, los mismos que busca esa rata a través de un tablero con una multiplicación inútil a la que no puede llegar.
Por eso es una plástica que nos envuelve en el significado de una emoción que enlaza historia y vida, sentimiento e interrogación, para luego llegar a la duda de si los aspectos formales se corresponden o no con ese vómito de la experiencia.
Si preguntásemos al chileno BAHNA cómo se funde su ideario con el material seleccionado nos diría que hay una estética ahí fuera, no muy lejos, buscando un lugar y una visión. Él solamente se encarga de difundir, mediatizar y ordenar sus formas, posarlas si requieren apoyo o hacerlas que sean un elemento flotante.
Entonces, y como resultado, algunas son dinamismo puro que se extiende, alarga y difumina a partir de un núcleo central; otras, con raíces espinosas, se ondulan desde abajo hacia arriba o viceversa, lamentándose del mínimo vacío que las rompe. Siempre son transparentes, compactas o abiertas, inteligentes, y saben captar la mirada que trata de infiltrarse en su contextura, hallar su naturaleza, la ontología que es menos de lo que descubren y más de donde proceden.
Nos iluminan como palabras que tienen algo de cinético, volátil, ligero, para narrarnos una historia visual que nos haga sensibilizarnos y al mismo tiempo sensualizarnos con su diversidad, con sus opciones estilísticas y con su condición de esculturas hechas para ser nuestra compañía.
Cuba es un mar del que no se agota todo lo que estéticamente lleva adentro. Se suceden desde antes incluso de los años 50 del pasado siglo generaciones y acontecimientos de signo artístico que desvelan la creatividad de una isla que no deja de concebir y concebirse a sí misma.
Son muchos lenguajes, muchas las formas de afrontar el hecho plástico, muchas las vías de ampliar todas las modalidades, los sistemas, las iconografías, los senderos, porque lo fundamental es que los recorridos no se queden fijos y abran más surcos en una frondosidad a la que no se le ve el fin.
Mas en el caso del cubano VALDÉS lo que a él le toca es retratar la pregunta entre ese mar, la isla y el bosque sin límites. Lo que configura en sus obras es esa muestra imaginativa y representativa de una identidad, de cómo se conforma pictóricamente, de cómo late en una orografía arriba y abajo que tiene el misterio de su supervivencia y una apuesta por lo que es y ha sido.
¿Son cabezas mutiladas o en mutación progresiva? ¿O es el ojo el que ocupando cada vez más espacio, tratando de hacerlo todo suyo, se ha erigido en valedor, ideólogo, vigía, pontificador y verificador? ¿Es que los ojos en Cuba son la sobredimensión de lo que es y no es?
De acuerdo en que no se sabe lo que son y por eso que cada espectador trate de penetrar en sus volúmenes claustrofóbicos, sociópatas y calculadores es lo que pretende el cubano FERRO. Pintura, por tanto, que carga contra el poder de la alquimia y de unos derechos estéticos engañosos.
Obras que en su portentoso horror tienen la virtud de señalarnos el ahora y el después de lo que vamos siendo y de lo que podemos convertirnos: ese retrato inverso de una razón pretenciosa que inocula mensajes de hechos desmentidos.
Es muy difícil conectar con una nueva y vieja forma de hacer sin paisaje sin pensar que ya está visto, muy difícil encontrar otro medio de recuperar la paz de su luz, la armonía en su textura, el lenguaje preciso que está de acuerdo con el sentimiento de plenitud.
Lo que nos señalan estas obras del alemán FRÖHLICH, artista afincado en España, es una deriva plástica que no estaba cerrada, que tenía todavía en su seno unos horizontes que eran en sí mismos piel y alma.
No ha dejado a nadie humano penetrar en ellos para que no rompiesen su hechizo, su amalgama solitaria de formaciones cromáticas que diseminan los cromosomas de una pintura que siempre nos deparará el hallazgo con el que seguir mirando.
La fuerza del dibujo reside en que la mano del artista sea capaz de encontrar la interioridad que luego transparenta, la intensidad contenida que después se hace un suceso extraordinario que al contemplarlo se queda fijado en nuestra mirada con sus señales imborrables.
El mexicano MARTÍNEZ LÁZARO aprovecha su magnífico trazo para dejarse ver a través de otros, para imprimirles el rasgo decisivo que les falta, la característica que les hace reconocerse sin necesidad de lo cóncavo o convexo. No es lo específico de la caricatura, es lo atribuible a un sentido plástico de unos rostros que se abren en mil recovecos y no cejan en la seguridad de que son más que ellos mismos.
Para sobrevivir se precisa que la línea no se desdibuje, se concentre sinuosa y cerebral, calculadora y desapasionada, pero en su conclusión ha de estar viva y enardecida hasta que la imagen sea un reflejo de sensibilidad y convicción.