Wikipedia

Resultados de la búsqueda

4 de mayo de 2009

JUAN MUÑOZ

El escultor español, tristemente desaparecido, Juan Muñoz, está en el Reina Sofía. Allí han dispuesto un repertorio que conforma un macrocosmos incontrovertible que es el retrato de nuestro yo en otro.

Es un yo desplegado en un cónclave de silencios, de miradas recíprocas, de diálogos secretos y enmudecidos. Un nosotros escenificado como una dramaturgia estática, quieta, que nos domina y nos prefiere callados, sobrecogidos, con el estupor atónito del que empieza a creer por primera vez.

Juan Muñoz, a través de esas criaturas, tal guerreros de terracota, recrea una liturgia para los que están obligados a ver, a tocar, a volver a nacer, a no pedir palabras sino susurros huecos que reverberan en un eco que se pregunta quienes somos. Si acaso ellos que nos contemplan fijamente porque ya saben la respuesta.

Es más que una mera exposición, es la vida de un murmullo que no deja de latir.

El malecón nos señala a Humberto y a mí un rincón, harto de divisarnos recorriendo su ser agorero. El sitio es tan pequeño que según entrábamos en él ya estábamos saliendo. No podíamos sentarnos ni agacharnos, varias gaviotas nos cagaron y algunos perros nos mearon. Dos espléndidas mulatas, entre risas, nos preguntaron si éramos bajitos de sal. No tuvimos más remedio que presentar una queja pero sólo nos sirvió para que nos castigasen a vivir en silencio y sin ron. Siempre somos los mismos perdedores y además sedientos.



2 de mayo de 2009

JORGE PERUGORRÍA

Jorge Perugorría (Pichi) es conocido por su condición de actor cubano, pero no es tan sabida su calidad de pintor. Quizás, en una elucubración muy particular, se cansa de ser otro u otros y desea ser yo de vez en cuando, para lo cual se desdobla en sus habilidades y las intransferibles las vierte en una obra que no acata cánones ni reglas, sólo imaginarios que se remontan a la génesis de la isla.

Renueva raíces que se creían olvidadas, orígenes oscuros que siguen estándolo, tiempos que nunca se solidificaron porque no tenían naturalezas muertas que dejar como testimonio. Él percibe que abandonar tales huellas sin una consagración plástica es huir de un pasado que siempre estará presente. Por eso, hace constancia de este presente para que tenga futuro.

Y así camina en la persecución y culminación de un proyecto que nos ofrece un constante y febril misterio en las formas, en los delirios de una líneas que no se detienen, en un cromatismo que es puro asombro de que haya llegado hasta allí. Y es uno tras otro el que parece que está exigiendo dar testimonio en esas series que nunca deberían interrumpirse. No se producen cuestiones conceptuales ni controversias pictóricas, no tendrían lugar en este contexto, pero sí se otorgan encuentros a la mirada para que ésta se vea en ella misma, que es lo fundamental.

Humberto y yo recorremos las catacumbas del malecón. Nos quedamos admirados de tantos muertos como almacena. Con ellos se podría pintar otro infierno ¿pero qué calaveras serían las más idóneas? Imposible saberlo pues no nos quiso hablar ninguna.




30 de abril de 2009

HENRI MICHAUX

No me había conocido ni me había visto ni me vería nunca. Pero Henri Michaux, poeta y pintor belga, declaró que yo estaba predestinado a ser pintado por él.

Reconocía que acudía a la pintura cuando era incapaz de expresar con palabras, versos o rimas, las obsesiones y desmesuras que le acometían. Yo era una de ellas porque habitaba en un malecón taciturno, vivía entre sombras y tinieblas y solamente la penumbra aliviaba mis amarguras.

Después de un periodo de vivencias nocturnas a las que sacrificó el espíritu del dolor, urdió mi retrato como el de un superviviente que renacía día a día del fondo del vertedero en el que se depositan los desechos de ese malecón infame.

Sobrevivía a base despojos, nunca me alumbraba la luz y recitaba salmos de amor y odio a la oscuridad. Y aunque me había rescatado del anonimato, no se lo agradecí pues la clandestinidad de la negrura era el único refugio para no perder la existencia.

Humberto y yo estábamos airados por no habernos permitido la entrada en la cloaca. Nos dijeron que se amparaban en el derecho de admisión para denegárnosla, lo que hasta entonces nunca había ocurrido. Ahora tendremos que caminar a la luz del sol y quedaremos ciegos, me increpó Humberto. Pero mía no era la culpa, había que buscarla en una religión intolerante que no transigía en que los sumideros fuesen un asilo para los habitantes del crepúsculo.





28 de abril de 2009

JOSÉ ÁLVAREZ VÉLEZ O LA SINFONÍA LUNAR

La fortuna y un oído en Babia me han deparado el conocimiento de un gran artista vasco y de una obra que no debería pasar tan desapercibida en los momentos actuales ni nunca.

Si el vacío no se puede pintar porque no es nada, sin embargo, José Álvarez Vélez sí puede llenarlo. Y lo ha hecho inundándolo del color múltiple y vaporoso con el que llenar nuestros deseos de vernos disueltos en esos torbellinos que roban la luz de sinfonías inéditas.

Su obra abstracta es única y tan mortífera y hambrienta que te permite vivir de ella y con ella, sin que necesite dar aliento a que todo lo opaco se haga transparente y a que los cielos no tengan donde residir si no es en sus espacios.

Sus manchas cromáticas no nos remiten a vaivenes de resentimiento o muerte, violencia o dolor, sino a conciertos de vida mesurada y a arterias y venas dotadas de una densidad de resplandor y penumbra, de anhelos deshabitados de tinieblas.

Álvarez Vélez, muy celoso de su obra como él mismo me ha reconocido, lo que no es de extrañar, deletrea un lenguaje que ama la vida, que la pinta con la obertura de nuevas notas que le son orquestadas a partir de una claridad que en principio sólo se desnuda para él y que para él es el cofre en el que atesora todo su caudal de magia imperecedera.

En conclusión, una gran gran obra que debe volver a estar expuesta en espacios públicos para disfrute de todo amante del arte.


Humberto pinta en el malecón seres sin cabeza. Al preguntarle la razón, me contesta que a ellas las ha dejado fuera para que sigan susurrándole. No lo he entendido pero también comprendo que es difícil adivinar la confesión que se establece entre el artista y su medio en una escollera que únicamente alimenta a barracudas.






27 de abril de 2009

ROBERTO FABELO

En esta ocasión he de comenzar con dos frases de la versada y lúcida Chantal Maillard. La primera es casi básica: "sin duda, el componente didáctico del arte estriba en saber elaborar cosas que han de ser recibidas con una sensibilidad inteligente". Y la segunda es más reveladora : "uno de los objetivos del artista del siglo XX era la de modificar la mirada".

Y con tal pretexto nos introducimos en la obra del gran artista cubano Roberto Fabelo, para cuya contemplación no es necesario ningún prolegómeno más ni tampoco un soliloquio desesperado.

En sus esculturas (enormes recipientes llenos de huesos, de utensilio de cocinas, de casquillos de balas, de desechos, etc., además de sus cucarachas humanoides) descontextualiza objetos y significados para imprimirles la verosimilitud artística de otros, que a través de esa metamorfosis se erigen en una declaración estética en defensa de la tierra, en un canto a la conservación y preservación de lo telúrico, y una mirada implacable sobre una humanidad más inclinada a la destrucción que a su exaltación.

En sus pinturas, por el contrario, ese género humano y animal se configura con una crueldad tierna, como un grupo de personajes, diría que arquetipos, obesos, histriónicos, deformes, tal que miembros de un orfeón de mudos que les toca cantar con la más fea.

Por eso, esos cuadros de texturas cromáticas tan ajustadas a lo representado son acordes con una línea expresionista derivada de una intencionalidad marcada por una historia ya marchita, en que lo esperpéntico abarca lo grotesco y lo extravagante.

Sin embargo, sus dibujos, de una técnica depuradísima, guardan una simetría de belleza clásica y de fantasía helenística (se me ha venido esta ocurrencia de repente), desarrollados sobre la base de un escenario del que el espectador debe disponer imaginariamente para encontrar en él la razón de esa quimera hecha realidad plástica.

Ante nuestra miseria y falta de medios, Humberto y yo, hoy, repartimos miradas en el malecón. Algunas son secretas, otras misteriosas; unas, insinuadoras, las más, seductoras, las menos, incitadoras; aquéllas, extenuadoras, éstas, acuciantes y sospechosas; las mejores, las intensas, las peores, las desesperantes. Al final se nos acercó un enviado del malecón que furioso procedió a nuestra expulsión por ser unos pervertidores. ¿De qué? nos preguntamos.Y en silencio nos dijimos que ya no quedan dioses capaces de perdonarnos y permitirnos beber un ron de penumbra.




24 de abril de 2009

MIRTA BENAVENTE




Esta artista argentina, Mirta Benavente, que conjuga distintos imaginarios y corrientes, en estas obras nos ofrece una revelación cuyo color es la fuente de una naturaleza obligada a visitarnos. Una visita que hace que la raíz de su conocimiento resida en nuestra mirada.




Es una geología u orogenia que nos conduce por pasadizos y recintos interiores que ahora han encontrado el momento de manifestarse al localizar un cerebro que procesa y unas manos que ejecutan sabiamente el destello, las sombras, los resplandores, las tormentas, los vientos que iluminan, las tinieblas que atraen, los abismos de clausura.




Nos deja contritos con este fulgor e irradiación, cualidades inherentes a la coronación plástica de una naturaleza que preserva lo infinito y nos concede a cambio la limosna de lo finito. Mirta, con su indudable habilidad expresiva, ha robado algo de ese eterno, lo ha dotado de poder y después ha conseguido que el reposo preciso sedimente lo creado.




Un habitante nonagenario del malecón nos cuenta a Humberto y a mí la historia de su construcción. El primero de la saga omnipotente ordenó poner las piedras, y cuando se acabaron dispuso la colocación de más obligando a sus habitantes a la realización de horas extraordinarias durante los sábados. El que le sucedió, al terminarse de nuevo los cantos, mandó fusilar a la mitad de los habitantes y forzó a la otra mitad a poner unos nuevos. El siguiente, como se le agotasen de nuevo, exige que se desmonten los últimos y se instalen delante. Y, por último, el actual resolvió que le pusiesen abanicos y los habitantes estuviesen danzando constantemente encima de los hoyos y zanjas para que no se viesen. Hasta hoy. Nosotros, en lugar de bailar, salimos corriendo.


23 de abril de 2009

DANIEL SANTOS


A uno le llega la carcoma repentinamente y por un malhadado juego del azar, que se erige en un hecho definitivo cuando su cuerpo la alberga sin que pueda hacer de ella esa catarsis tan necesaria en el arte. La que le oprime y le disgrega es una hija famélica del tiempo que unas veces se llama diabetes y otras hipertensión, o acaso insuficiencia o incluso limitación. Total, se me han quedado podados unos cuantos rumbos y abiertos ninguno.


Y por eso hablo de Daniel Santos, artista cubano y habitante de Monterrey, que, en esta obra, abre el abismo de la individualidad, la que carece de límites, ese romanticismo que reivindicaba después de tantos siglos la recuperación del yo, y con el yo el simbolismo, la imaginación, la fantasía, la quimera, hasta el delirio.


El gallo, encarnación ancestral de la hombría y la divinidad, es el atributo fiero que tutela la representación de la belleza femenina en un apocalipsis de lava, fuego, montañas y árboles que se mantienen verticales en el aire como una alegoría de la unión.


Con esas extensiones cromáticas casi veladas que parece que cuelgan en un iris flotante, la representación adquiere la condición de un vasto sueño que según se mira alcanza la dimensión de una plasmación tan palpitante que es capaz de engañarnos mediante el sortilegio de nuestra mirada.


No falta ninguno de los elementos que conforman una plástica surgida de los oscuros recintos en los que guardamos sigilosamente nuestros mitos, y que este pintor ha extraído para confortarse y confortarnos con esa exaltación y erotismo, brindándonos, sin ser furtivos, los que habrán de ser riesgos seguros y no calculados .


El malecón ha oteado el horizonte y ha comprobado como avanza uno de sus grandes enemigos. Nos encarga a Humberto y a mí -desgraciada elección- la redacción de los boletines informativos referentes a este suceso y para conocimiento general de sus habitantes.


El primero anunciaba en grandes titulares: "El antropófago antillano está a punto de desembarcar en el malecón, dispuesto a sumirlo en una nueva oleada de sangre".


Tres días después, sacamos otro que advertía: "El melifluo antillano continúa avanzando, pero se confía en su próxima detención".


Horas después nos veíamos obligados a informar lo siguiente (comenzamos a asustarnos): "El antillano ha entrado en el malecón".


Y el último no fue otro que: "Su Majestad Imperial y Real de las Antillas ha tomado posesión del trono que de derecho le corresponde".


Creo que dimos una lección de periodismo nunca imaginada, pero no nos quedamos a verificar tal éxito, por si acaso no contábamos con su beneplácito. Salimos por pies, ya haríamos reverencias en otra ocasión.

UMBRALES INCIERTOS