Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe.
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4 de mayo de 2009
JUAN MUÑOZ
Es un yo desplegado en un cónclave de silencios, de miradas recíprocas, de diálogos secretos y enmudecidos. Un nosotros escenificado como una dramaturgia estática, quieta, que nos domina y nos prefiere callados, sobrecogidos, con el estupor atónito del que empieza a creer por primera vez.
Juan Muñoz, a través de esas criaturas, tal guerreros de terracota, recrea una liturgia para los que están obligados a ver, a tocar, a volver a nacer, a no pedir palabras sino susurros huecos que reverberan en un eco que se pregunta quienes somos. Si acaso ellos que nos contemplan fijamente porque ya saben la respuesta.
Es más que una mera exposición, es la vida de un murmullo que no deja de latir.
El malecón nos señala a Humberto y a mí un rincón, harto de divisarnos recorriendo su ser agorero. El sitio es tan pequeño que según entrábamos en él ya estábamos saliendo. No podíamos sentarnos ni agacharnos, varias gaviotas nos cagaron y algunos perros nos mearon. Dos espléndidas mulatas, entre risas, nos preguntaron si éramos bajitos de sal. No tuvimos más remedio que presentar una queja pero sólo nos sirvió para que nos castigasen a vivir en silencio y sin ron. Siempre somos los mismos perdedores y además sedientos.
2 de mayo de 2009
JORGE PERUGORRÍA
Renueva raíces que se creían olvidadas, orígenes oscuros que siguen estándolo, tiempos que nunca se solidificaron porque no tenían naturalezas muertas que dejar como testimonio. Él percibe que abandonar tales huellas sin una consagración plástica es huir de un pasado que siempre estará presente. Por eso, hace constancia de este presente para que tenga futuro.
Y así camina en la persecución y culminación de un proyecto que nos ofrece un constante y febril misterio en las formas, en los delirios de una líneas que no se detienen, en un cromatismo que es puro asombro de que haya llegado hasta allí. Y es uno tras otro el que parece que está exigiendo dar testimonio en esas series que nunca deberían interrumpirse. No se producen cuestiones conceptuales ni controversias pictóricas, no tendrían lugar en este contexto, pero sí se otorgan encuentros a la mirada para que ésta se vea en ella misma, que es lo fundamental.
Humberto y yo recorremos las catacumbas del malecón. Nos quedamos admirados de tantos muertos como almacena. Con ellos se podría pintar otro infierno ¿pero qué calaveras serían las más idóneas? Imposible saberlo pues no nos quiso hablar ninguna.
30 de abril de 2009
HENRI MICHAUX
Reconocía que acudía a la pintura cuando era incapaz de expresar con palabras, versos o rimas, las obsesiones y desmesuras que le acometían. Yo era una de ellas porque habitaba en un malecón taciturno, vivía entre sombras y tinieblas y solamente la penumbra aliviaba mis amarguras.
Después de un periodo de vivencias nocturnas a las que sacrificó el espíritu del dolor, urdió mi retrato como el de un superviviente que renacía día a día del fondo del vertedero en el que se depositan los desechos de ese malecón infame.
Sobrevivía a base despojos, nunca me alumbraba la luz y recitaba salmos de amor y odio a la oscuridad. Y aunque me había rescatado del anonimato, no se lo agradecí pues la clandestinidad de la negrura era el único refugio para no perder la existencia.
Humberto y yo estábamos airados por no habernos permitido la entrada en la cloaca. Nos dijeron que se amparaban en el derecho de admisión para denegárnosla, lo que hasta entonces nunca había ocurrido. Ahora tendremos que caminar a la luz del sol y quedaremos ciegos, me increpó Humberto. Pero mía no era la culpa, había que buscarla en una religión intolerante que no transigía en que los sumideros fuesen un asilo para los habitantes del crepúsculo.
28 de abril de 2009
JOSÉ ÁLVAREZ VÉLEZ O LA SINFONÍA LUNAR
Humberto pinta en el malecón seres sin cabeza. Al preguntarle la razón, me contesta que a ellas las ha dejado fuera para que sigan susurrándole. No lo he entendido pero también comprendo que es difícil adivinar la confesión que se establece entre el artista y su medio en una escollera que únicamente alimenta a barracudas.
27 de abril de 2009
ROBERTO FABELO
Y con tal pretexto nos introducimos en la obra del gran artista cubano Roberto Fabelo, para cuya contemplación no es necesario ningún prolegómeno más ni tampoco un soliloquio desesperado.
En sus esculturas (enormes recipientes llenos de huesos, de utensilio de cocinas, de casquillos de balas, de desechos, etc., además de sus cucarachas humanoides) descontextualiza objetos y significados para imprimirles la verosimilitud artística de otros, que a través de esa metamorfosis se erigen en una declaración estética en defensa de la tierra, en un canto a la conservación y preservación de lo telúrico, y una mirada implacable sobre una humanidad más inclinada a la destrucción que a su exaltación.
En sus pinturas, por el contrario, ese género humano y animal se configura con una crueldad tierna, como un grupo de personajes, diría que arquetipos, obesos, histriónicos, deformes, tal que miembros de un orfeón de mudos que les toca cantar con la más fea.
Por eso, esos cuadros de texturas cromáticas tan ajustadas a lo representado son acordes con una línea expresionista derivada de una intencionalidad marcada por una historia ya marchita, en que lo esperpéntico abarca lo grotesco y lo extravagante.
Sin embargo, sus dibujos, de una técnica depuradísima, guardan una simetría de belleza clásica y de fantasía helenística (se me ha venido esta ocurrencia de repente), desarrollados sobre la base de un escenario del que el espectador debe disponer imaginariamente para encontrar en él la razón de esa quimera hecha realidad plástica.
Ante nuestra miseria y falta de medios, Humberto y yo, hoy, repartimos miradas en el malecón. Algunas son secretas, otras misteriosas; unas, insinuadoras, las más, seductoras, las menos, incitadoras; aquéllas, extenuadoras, éstas, acuciantes y sospechosas; las mejores, las intensas, las peores, las desesperantes. Al final se nos acercó un enviado del malecón que furioso procedió a nuestra expulsión por ser unos pervertidores. ¿De qué? nos preguntamos.Y en silencio nos dijimos que ya no quedan dioses capaces de perdonarnos y permitirnos beber un ron de penumbra.