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30 de abril de 2009

HENRI MICHAUX

No me había conocido ni me había visto ni me vería nunca. Pero Henri Michaux, poeta y pintor belga, declaró que yo estaba predestinado a ser pintado por él.

Reconocía que acudía a la pintura cuando era incapaz de expresar con palabras, versos o rimas, las obsesiones y desmesuras que le acometían. Yo era una de ellas porque habitaba en un malecón taciturno, vivía entre sombras y tinieblas y solamente la penumbra aliviaba mis amarguras.

Después de un periodo de vivencias nocturnas a las que sacrificó el espíritu del dolor, urdió mi retrato como el de un superviviente que renacía día a día del fondo del vertedero en el que se depositan los desechos de ese malecón infame.

Sobrevivía a base despojos, nunca me alumbraba la luz y recitaba salmos de amor y odio a la oscuridad. Y aunque me había rescatado del anonimato, no se lo agradecí pues la clandestinidad de la negrura era el único refugio para no perder la existencia.

Humberto y yo estábamos airados por no habernos permitido la entrada en la cloaca. Nos dijeron que se amparaban en el derecho de admisión para denegárnosla, lo que hasta entonces nunca había ocurrido. Ahora tendremos que caminar a la luz del sol y quedaremos ciegos, me increpó Humberto. Pero mía no era la culpa, había que buscarla en una religión intolerante que no transigía en que los sumideros fuesen un asilo para los habitantes del crepúsculo.





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