28 de abril de 2009

JOSÉ ÁLVAREZ VÉLEZ O LA SINFONÍA LUNAR

La fortuna y un oído en Babia me han deparado el conocimiento de un gran artista vasco y de una obra que no debería pasar tan desapercibida en los momentos actuales ni nunca.

Si el vacío no se puede pintar porque no es nada, sin embargo, José Álvarez Vélez sí puede llenarlo. Y lo ha hecho inundándolo del color múltiple y vaporoso con el que llenar nuestros deseos de vernos disueltos en esos torbellinos que roban la luz de sinfonías inéditas.

Su obra abstracta es única y tan mortífera y hambrienta que te permite vivir de ella y con ella, sin que necesite dar aliento a que todo lo opaco se haga transparente y a que los cielos no tengan donde residir si no es en sus espacios.

Sus manchas cromáticas no nos remiten a vaivenes de resentimiento o muerte, violencia o dolor, sino a conciertos de vida mesurada y a arterias y venas dotadas de una densidad de resplandor y penumbra, de anhelos deshabitados de tinieblas.

Álvarez Vélez, muy celoso de su obra como él mismo me ha reconocido, lo que no es de extrañar, deletrea un lenguaje que ama la vida, que la pinta con la obertura de nuevas notas que le son orquestadas a partir de una claridad que en principio sólo se desnuda para él y que para él es el cofre en el que atesora todo su caudal de magia imperecedera.

En conclusión, una gran gran obra que debe volver a estar expuesta en espacios públicos para disfrute de todo amante del arte.


Humberto pinta en el malecón seres sin cabeza. Al preguntarle la razón, me contesta que a ellas las ha dejado fuera para que sigan susurrándole. No lo he entendido pero también comprendo que es difícil adivinar la confesión que se establece entre el artista y su medio en una escollera que únicamente alimenta a barracudas.






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