A mi amigo, el pintor habanero Humberto, de vez en cuando le asaltan unas ventoleras terribles. Suele ocurrir cuando el viento del sur invade el malecón y se engancha por una vía medio fluvial medio urbana hasta llegar a su taller. Entonces, sea la hora que sea, se desnorta y pierde el hilo.
En una ocasión llegó a su casa a medianoche con dos pescados frescos con la pretensión de que la flaca, su mujer, los friera y se los pusiera de cena. Cuando ésta le dijo que no había aceite, le vino la chaladura y se inició el acostumbrado intercambio de gritos, lamentos, imprecaciones, maldiciones e improperios. Tan estrepitosa fue la secuencia que un sobrino que pasaba unos días con ellos apareció alarmado por lo que estaba pasando. Humberto, nada más verlo, le pide que vaya a buscarle aceite donde pueda. El niño, de unos doce años, le dice que a esas horas es imposible conseguirlo. Ante lo cual el artista le dice que le traiga entonces de su taller el de linaza.
Y con ese aceite venenoso se fríe el pescado que cuando se dispone a comer vomita al primer bocado. Su ira es tan grande que lanza la cazuela con los pescados por la ventana. El sobrino, conocedor de las genialidades que esporádicamente le asaltaban a su tío, remató su acción tirando por la ventana la sartén. Fue tal el entusiasmo y regocijo del pintor que cogió en brazos al niño y manteniéndole en el aire le espeta: ¡Fidelito, tú si qué eres un hombre, te has portado!
El niño, presintiendo sagazmente que tal frenesí lo único que anunciaba era su próximo lanzamiento por la ventana en pos de la cazuela y de la sartén, hizo una seña a su tía, la cual, habiéndose dado cuenta también de la difícil coyuntura del chaval, se quedó en cueros vivos allí
No importa si es una anécdota espuria, lo que realmente es regocijante es que pudiese haberlo sido dado el carácter novelesco de mi amigo y genial pintor Humberto, aunque es un hombre carente de cualquier asomo de violencia, fuerza o dureza.
A él le toca ahora elegir el