Tomándome la libertad de remitirme a una frase dicha por Schopenhauer sobre la raíz de la filosofía, que le dirigió a un interlocutor al final de su vida, diría que un "arte entre cuyas obras no se escuche las lágrimas, el aullido y el rechinar de dientes, así como el espantoso estruendo del crimen universal de todos contra todos, no es arte".
Francis Bacon así lo entendió y así lo llevó al límite. Todo lo que hay que decir sobre él y su obra ya lo ha pronunciado él con harto dolor. A nosotros nos toca contemplarlo y hacernos eco de ello. Si el Bosco nos deslumbró con lo incógnito, Bacon nos asombró con la capacidad de crueldad, furia, ensañamiento y destrucción que guardamos en nuestro interior. No hay mejor testimonio que el suyo.
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