Un velo queda rasgado por la tensión de fuerzas centrífugas (quizás son las propias manos del que usurpa un espacio ajeno), aunque la ligazón persiste a través de una atadura que quiere volver a reunir ambas partes, a restaurar lo desgarrado para que el enigma, lo que está oculto, siga estándolo.
Paula Figoli, joven e inquieta artista argentina, juega con la plasticidad de lo que se descorre para enseñarnos a ver más allá. Y en este caso, la cicatriz negra, quemada, con su costra mordida, queda al aire para mostrar un misterio que no ya no pretende serlo aunque siga sin ser desentrañado.
El himen se ha desflorado, la vertiente genuina del símbolo adquiere toda su dimensión y grandeza, y la catarsis es una piel machacada cuya sangre seca petrifica una geografía en la que la carne perpetra la traición involuntaria a la materia de la que está hecha.
Obra que concita visiones encontradas, mirada agudas ante un lenguaje de expresión dolida y en presencia de un elocuente sentido del sufrimiento en lo táctil y epidérmico.
Las fronteras del malecón no entienden de vida. Impiden la entrada cuando la exaltación es auténtica y no fugaz. Hoy, junto a la penumbra y debajo de ella, arribamos a sus límites y los traspasamos gracias a que no pudieron descubrirnos. Celebramos la gesta mi amigo Humberto y yo con una botella de ron salvada del naufragio. Y apoyados en el muro contemplamos en silencio los fantasmas de la desolación.
Muy buena la obra de Paula Fígoli. La vi en varias exposiciones. Felicitaciones Paula!
ResponderEliminarGracias!
ResponderEliminar