Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe.
¿Por qué denominar "realismo imaginario" a la obra de un espíritu desvelado que pinta para identificarse?
Desde luego, son imágenes que hay poner a la vista para hacer que uno vea. Algunas son melancólicas, otras pretenciosas; unas, decadentes, las demás solitarias; y sin desdeñar a las imposibles o incluyendo a las visionarias.
El holandés ALBERT CAREL intentó abarcar un mundo con el que sustituir al que conocía, del que despreciaba su sangre y su cuerpo y deseaba cambiarlo por carne, piedra, naturaleza y ruinas que emergiesen de sí mismo, del caos llameante que le palpitaba pero que no le quemaba a la hora de perfeccionar la línea, el color, el dibujo, la constelación esteticista que se desarrollaba sintonizadamente, como la acústica de un arroyo cercano.
El cielo rompe la calma de un paisaje que está pensando, cavilando en lo que ha sido y lo que es o para lo que ha quedado. Quizá es una metafísica del miedo a ser mortal, y vivir con ello y a pesar de ello, toda la vida. O también, la manera de resistirse a ver y convivir con el tiempo presente.
Se supone que son buenas razones para brindarnos el desnudar la mirada en diferentes espacios y distintas eras. Son las únicas que le justifican para que su pintura adquiera la realidad que se hace el amor a sí misma en el aislamiento de una eternidad que sigue dormida.
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