Tampoco me prestaría a ser retratado por él ya que me haría objeto de una metamorfosis de la que no habría retorno, me quedaría eternamente esperando una anunciación que nunca vendría. Y sería un monstruo en un mundo oscuro, incapaz de mirarme, con la nostalgia de no poder vivir en donde quiero, ni siquiera morir cuando lo necesito.
Savinio exorciza sus vientos sombríos para devolvérnoslos como visiones que aparentan reírse de sí mismas pero que son como efigies propensas a derramarse en nuestras propias alucinaciones. Aunque no importa que sean tantas, al fin y al cabo hemos de existir con ellas.
Humberto yo, tumbados en el Malecón, soñamos que perseguimos a los que nos persiguen, que vivimos a costa de los que nos acosan o que gozamos de los placeres de los que husmean nuestras miserias. Y nos dimos un trastazo con el Azuquín, con el Chispa e tren, con el Bájate el blumer y con el Alcolifán. Casi no despertamos.
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