Las encontramos vagando por espacios exteriores, inmovilizadas por su propio ensimismamiento, o en habitáculos interiores, sentadas desnudas con la mirada perdida. El artista, a través de estas escenas estáticas, nos brinda la posibilidad de ver los instantes rutinarios de lo trágico o de la angustia en la intrahistoria de lo humano. Nos coloca en la circunstancia de observar ese momento hondo mediante unos cuerpos que cuando estamos ante ellos, han dejado la vida en nuestras manos a fin de que lo inmaterial que desprenden nos alcance y esté presente en nuestro imaginario.
Al final se establece una interrelación directa y muy íntima con el espectador, el cual acusa el impacto de su presencia asimilando destino, historia y tiempo, detenidos en esa fracción que se congela ante su visión.
Le digo a Humberto que el obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz se ha quejado al Malecón de que al ritmo de las tumbas los habitantes varones y hembras de su posesión se mezclan en bailes extremadamente torpes y provocativos, y para colorear estas funciones (sic) se entregan a la bebida de la frucanga (bebida de yuca y ají) y aguardiente hasta perder el juicio y desbocarse en los demás excesos que de tales antecedentes podían seguirse. Ya verás, le aseguré, como nos castigarán otra vez a sed y hambre porque el juicio que perdemos es el de la historia y con él nuestra identidad. ¡Pero si ni siquiera podemos decir que todavía la andamos buscando!
No hay comentarios:
Publicar un comentario