Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe.
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7 de mayo de 2009
EL PERRO DE GOYA
6 de mayo de 2009
JOSÉ ÁLVAREZ VÉLEZ
Lo contingente de su trabajo hace posible la simultaneidad de lo tangible y de lo intangible, siendo esto último el soplo que invisible impulsa la energía necesaria, tanto en oleadas centrífugas como centrípetas.
Y tras unas fases previas de ejercicio del oficio -y aquí hay mucho- y de la capacidad para penetrar, todas ellas, con desparpajo y sintonía, desembocan en un tropel de clamores cromáticos que dinamizan oreando, estructurando e infundiendo ser a aquello que se enfrenta a nuestra mirada desde un orden plástico que ampara el encanto que se manifiesta a través de esa sinfonía coral.
Gaya expone la suposición de que en la pintura abstracta el color aspira a tanto goce vital como el que nos proporcionaron los venecianos y los impresionistas.
Álvarez Vélez es uno de los grandes abstractos de este país y ya forma parte de mi particular y personal selección, y en virtud de mi propia y exclusiva cuenta.
Repican a muerto en el malecón. Los cantos fúnebres nos envuelven en su patético adiós. Humberto y yo, en nuestra esquina, nos limitamos a beber ron con rencor y malos augurios.
5 de mayo de 2009
MANUEL RIVERA
La fuerza que tensa y entreteje se amolda a una trama que no engaña si lo que urde es la manifestación plástica de una ficción que se mantiene encerrada en la propia red que ha ido trenzando.
Y también puede ser que una metamorfosis rompa la virtud de lo compacto, ahíto y agotado, para dar a luz las filtraciones, las urdimbres por las que se escapan los oscuros signos de la vida.
La virtud, entonces, ha perdido la inocencia en favor de unas transgresiones que construyen mallas donde depositar designios, vaticinios y profecías que ya no quedan en el olvido. Nuestra mirada estará con ellos para siempre.
Para hacernos perdonar nuestros pecados, Humberto y yo le prometimos al malecón que le pintaríamos su retrato como una afrodita helénica de rasgos y constitución mestiza. Era lo que estaba esperando para el levantamiento de su altar. Pero en mala hora se nos ocurrió. No había forma de encajar las piezas, salían asimetrías donde no debía de haberlas y viceversa, el culo se estiraba hasta la cabeza, las cejas en las puntas de los pies y a la pelvis le crecían pezones. El resultado final no engañaba a nadie, parecía una súcubo disfrazada de meretriz virgen. Cuando se lo presentamos, la deidad quedó encantada y nos premió ampliando el espacio de nuestra esquina. Bien es verdad que la suerte esta vez estuvo de nuestro lado, pues al malecón, al ser bizco, le salió ensamblada la figura en su visión y hasta se enamoró de ella.
4 de mayo de 2009
JUAN MUÑOZ
Es un yo desplegado en un cónclave de silencios, de miradas recíprocas, de diálogos secretos y enmudecidos. Un nosotros escenificado como una dramaturgia estática, quieta, que nos domina y nos prefiere callados, sobrecogidos, con el estupor atónito del que empieza a creer por primera vez.
Juan Muñoz, a través de esas criaturas, tal guerreros de terracota, recrea una liturgia para los que están obligados a ver, a tocar, a volver a nacer, a no pedir palabras sino susurros huecos que reverberan en un eco que se pregunta quienes somos. Si acaso ellos que nos contemplan fijamente porque ya saben la respuesta.
Es más que una mera exposición, es la vida de un murmullo que no deja de latir.
El malecón nos señala a Humberto y a mí un rincón, harto de divisarnos recorriendo su ser agorero. El sitio es tan pequeño que según entrábamos en él ya estábamos saliendo. No podíamos sentarnos ni agacharnos, varias gaviotas nos cagaron y algunos perros nos mearon. Dos espléndidas mulatas, entre risas, nos preguntaron si éramos bajitos de sal. No tuvimos más remedio que presentar una queja pero sólo nos sirvió para que nos castigasen a vivir en silencio y sin ron. Siempre somos los mismos perdedores y además sedientos.
2 de mayo de 2009
JORGE PERUGORRÍA
Renueva raíces que se creían olvidadas, orígenes oscuros que siguen estándolo, tiempos que nunca se solidificaron porque no tenían naturalezas muertas que dejar como testimonio. Él percibe que abandonar tales huellas sin una consagración plástica es huir de un pasado que siempre estará presente. Por eso, hace constancia de este presente para que tenga futuro.
Y así camina en la persecución y culminación de un proyecto que nos ofrece un constante y febril misterio en las formas, en los delirios de una líneas que no se detienen, en un cromatismo que es puro asombro de que haya llegado hasta allí. Y es uno tras otro el que parece que está exigiendo dar testimonio en esas series que nunca deberían interrumpirse. No se producen cuestiones conceptuales ni controversias pictóricas, no tendrían lugar en este contexto, pero sí se otorgan encuentros a la mirada para que ésta se vea en ella misma, que es lo fundamental.
Humberto y yo recorremos las catacumbas del malecón. Nos quedamos admirados de tantos muertos como almacena. Con ellos se podría pintar otro infierno ¿pero qué calaveras serían las más idóneas? Imposible saberlo pues no nos quiso hablar ninguna.
30 de abril de 2009
HENRI MICHAUX
Reconocía que acudía a la pintura cuando era incapaz de expresar con palabras, versos o rimas, las obsesiones y desmesuras que le acometían. Yo era una de ellas porque habitaba en un malecón taciturno, vivía entre sombras y tinieblas y solamente la penumbra aliviaba mis amarguras.
Después de un periodo de vivencias nocturnas a las que sacrificó el espíritu del dolor, urdió mi retrato como el de un superviviente que renacía día a día del fondo del vertedero en el que se depositan los desechos de ese malecón infame.
Sobrevivía a base despojos, nunca me alumbraba la luz y recitaba salmos de amor y odio a la oscuridad. Y aunque me había rescatado del anonimato, no se lo agradecí pues la clandestinidad de la negrura era el único refugio para no perder la existencia.
Humberto y yo estábamos airados por no habernos permitido la entrada en la cloaca. Nos dijeron que se amparaban en el derecho de admisión para denegárnosla, lo que hasta entonces nunca había ocurrido. Ahora tendremos que caminar a la luz del sol y quedaremos ciegos, me increpó Humberto. Pero mía no era la culpa, había que buscarla en una religión intolerante que no transigía en que los sumideros fuesen un asilo para los habitantes del crepúsculo.
28 de abril de 2009
JOSÉ ÁLVAREZ VÉLEZ O LA SINFONÍA LUNAR
Humberto pinta en el malecón seres sin cabeza. Al preguntarle la razón, me contesta que a ellas las ha dejado fuera para que sigan susurrándole. No lo he entendido pero también comprendo que es difícil adivinar la confesión que se establece entre el artista y su medio en una escollera que únicamente alimenta a barracudas.