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5 de mayo de 2009

MANUEL RIVERA

Las telarañas de metal del artista granadino Manuel Rivera, ya desaparecido, excitan nuestra visión por la alegoría cósmica que entraña su estructura, su formulación tejida para abarcar y contener.

La fuerza que tensa y entreteje se amolda a una trama que no engaña si lo que urde es la manifestación plástica de una ficción que se mantiene encerrada en la propia red que ha ido trenzando.

Y también puede ser que una metamorfosis rompa la virtud de lo compacto, ahíto y agotado, para dar a luz las filtraciones, las urdimbres por las que se escapan los oscuros signos de la vida.

La virtud, entonces, ha perdido la inocencia en favor de unas transgresiones que construyen mallas donde depositar designios, vaticinios y profecías que ya no quedan en el olvido. Nuestra mirada estará con ellos para siempre.

Para hacernos perdonar nuestros pecados, Humberto y yo le prometimos al malecón que le pintaríamos su retrato como una afrodita helénica de rasgos y constitución mestiza. Era lo que estaba esperando para el levantamiento de su altar. Pero en mala hora se nos ocurrió. No había forma de encajar las piezas, salían asimetrías donde no debía de haberlas y viceversa, el culo se estiraba hasta la cabeza, las cejas en las puntas de los pies y a la pelvis le crecían pezones. El resultado final no engañaba a nadie, parecía una súcubo disfrazada de meretriz virgen. Cuando se lo presentamos, la deidad quedó encantada y nos premió ampliando el espacio de nuestra esquina. Bien es verdad que la suerte esta vez estuvo de nuestro lado, pues al malecón, al ser bizco, le salió ensamblada la figura en su visión y hasta se enamoró de ella.



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