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21 de abril de 2009

JOSÉ BEJARANO ALEGRE


Hace unos días todavía, y una vez más, me quedaba atónito ante el tríptico de la crucifixión de Francis Bacon, y ahora, al hilo de esta introducción, recuerdo el gran dramatismo de la pintada por Antonio Saura.


En el caso de esta obra del argentino José Bejarano Alegre, la efigie queda convertida en un elemento paródico de la muerte (de ahí la eficacia de su efecto plástico) ateniéndonos a esas líneas negras que dibujan la anatomía de una osamenta que no sabemos si se está riendo de sí misma (¿podría hacer otra cosa?).


Muerte y crucifixión se han aliado siempre y ahora también para la configuración austera, inmisericorde y hasta salvaje de una leyenda que desde hace siglos nos encadena a una condición de condenados, cuyo icono, por el contrario, fisonomiza un espíritu de rebeldía creadora, que hace de la estética la celebración de un rito de liberación.


Este pintor consuma, con su agudeza para hallar la forma que mejor se encuadra en un imaginario que únicamente necesita ver y ya no entender, otra obra en que la resurrección no es posible pero la extinción, sí, especialmente si lo sombrío se canoniza junto con lo argentino y su sangre.


Hoy es día de tránsitos en el malecón. No hay descansos ni silencios. Humberto y yo aparecemos como auténticos indígenas en busca de nuestra miel aunque esté salada. Se fragua en los pechos de una sirenas mulatas y conserva el sabor de su piel. Acabamos tan ahítos que ya no pudimos movernos durante siete noches y por el día engullíamos sombras en busca de perdón.

20 de abril de 2009

ISABEL PONS TELLO

Nunca considero apropiado definir y concretar lo que por definición es múltiple, pero diría que Isabel Pons Tello es una artista catalana de largo recorrido, tenaz en sus meditados empeños y tatuada en sus ojos con las implacables arrugas del tiempo.

Es muy difícil abordar la obra de esta pintora sin incurrir en lo que ya se ha dicho sobre ella, aunque intentarlo es como seguir apostando por lo que ya es una realidad que ha desafiado la magnitud de sus propios límites.

No es antropocentrismo ni teología lo que talla en sus trabajos (asideros muy recurrentes incluso ahora), tampoco es doctrina ni axioma (a lo que no deberíamos tender nunca), es simplemente una subjetividad que encuentra señales, signos, manchas, huellas, vestigios, símbolos, marcas, cicatrices, indicios, surcos, residuos y rastros, para someterlos a una labor de significación plástica hasta que dejar que el cúmulo de esas rugosidades y pliegues vestidos con galas densas e intensas de hondo cromatismo, infunda a nuestras miradas las claves de un acontecer que se hace arte a través de la poderosa magia nacida de una técnica de comunicación intransferible.

El conjunto de estos incesantes trabajos comprenden y abarcan parte de una vida determinada en que si tiene que haber misterios o incógnitas continúen así, y si tiene que haber evidencias y manifestaciones se entiendan en su justa medida, contexto y dimensión.

Humberto y yo estamos hartos de aventuras y sólo queremos machucar los confines de un malecón que cada día nos asedia más. El rumbo no acaba de sufrir variaciones y con tanto mapache irrumpiendo por estos dominios no nos queda ni un instante de reposo sin tener que asistir a actos teatrales que se desentienden de la náusea para mirarse el ombligo. Sin embargo, nos quedamos y compartimos con los macuaches gotas de ron y una gramática parda.






17 de abril de 2009

BENEDETTO CROCE

Afirma Benedetto Croce que la crítica es concebida por los artistas como un arisco y titánico pedagogo, que da órdenes caprichosas, impone prohibiciones y concede licencias, favoreciendo o castigando determinadas obras a su antojo. Y achaca la culpa a los artistas que no saben qué es la crítica y esperan favores que ésta no es capaz de concederles.

Pero discrepo de él -permítaseme tal insolencia- por la seguridad con la que manifiesta que ningún crítico puede convertir en artista a quien no lo es y que tampoco puede deshacer, abatir o menoscabar a un artista que sea artista. Los hechos y la historia dicen lo contrario y no es cuestión de poner ejemplos que todos tenemos en mente y que no sería piadoso traer a colación.

En cuanto a que los críticos sean o se consideren artistas fallidos, no deja de ser otro tópico más y un argumento carente de una verdad sustentada por circunstancias reales.

Y si hay una crítica que clasifica y tritura el arte, no es lo que me atrae; y si hay otra moralista, tampoco cabe en mi enfoque; y la hedonista, me apetece pero no convence; o la intelectualista, de tan hermética, vacía; o la psicológica, que separa el contenido de la forma, que más que inviable, es imposible.

En resumen, la mejor o peor crítica, vista desde el prisma de un malecón falto de afectos, es la que uno ve, siente y vive a partir de su propia formación humana y artística, su sensibilidad y sus sentimientos.

Humberto, cuando le hablé de él, nunca había oído hablar de Timur también llamado Tamerlán. Zais Vosifi, historiador árabe, escribía que allá donde aparecía Timur la sangre de los hombres se vertía a raudales y el cielo tenía el color de un campo de tulipanes. Amante apasionado del arte (¡qué paradoja!), la mitad del día la dedicaba a matar con la misma dedicación que se entregaba a la actividad artística. Y así nació la ciudad de Samarcanda, cuya belleza y perfección dirige el pensamiento del hombre hacia la mística y la contemplación (Ryszard Kapúscinski). ¿Podría llegar el malecón un día a seguir su ejemplo? Por si acaso nos callamos, no fuera a escucharnos, y seguimos nuestro camino en silencio entre trago y trago de ron.

Reproducciones de obras de Martín Pérez Irusta y Mark Rothko.



16 de abril de 2009

TEÓFILO BUENDÍA

  • Siempre hay un espacio que ocupa un vacío hasta que el escultor lo descubre, y al atraparlo se ve obligado a penetrarlo para intuir un cuerpo, un volumen, una forma, un ser o una realidad, en definitiva. Su conciencia es posicional en cuanto que se trasciende para alcanzar y hacer el objeto (Sartre).

    Teófilo Buendía, artista español, en esta obra, envuelta en un sutil misticismo, se posiciona y con ello libera a la madre o diosa Gea de las cadenas que la ataban a su prisión subterránea.


    La ha hecho resucitar y elevarse como un árbol solar que se bifurca a partir de un cilindro inicial y sin llegar a desprenderse de esa peana prisión donde quedan como testimonio las lacias cadenas. Ha dejado atrás una historia, ahora comienza la conquista de otra en la que la creación toma un rumbo distinto.


    Y de ahí que esa apertura inicial y cierre desemboque finalmente en un beso que simboliza las uniones que se dividen para complementarse en lo intrínseco, en lo que culmina toda fusión indeleble. Eso es o querría ser la madre tierra, sin duda.


    Creo que es una talla modesta, de ánimo reposado pero que exige al observador que se concentre en ella tal si fuese un ídolo de madera, después de haber sido la condena de un foso vacío de aire con grilletes.
  • La tragedia estaba anunciada pero mi amigo Humberto, tal era su pasión, no lo había advertido. Yo se lo auguré pero no puso el oído. Y le pasó lo mismo que al gran pintor georgiano Niko Pirosmanishvili que sólo pintaba pantagruélicas cenas que nunca llegaría a probar. Le pintó un retrato al gran amor de su vida, Margarita, con su boca enorme, sus ojos saltones, sus orejas colosales, para regalárselo. Desde entonces vivió solo y abandonado.

    Lo mismo hizo Humberto a su Lionela, pero añadiéndole dos senos asimétricos, un culo del tamaño de la isla y unas piernas para pisar enanos, con lo cual se encontró con lo que cabía esperar (menos él): improperios, insultos a su masculinidad, maldiciones, acusaciones, afrentas, un abandono furioso y si te he visto no me acuerdo. Lo recogí en el malecón al alba cuando iba enseñando el retrato a los babalaos allí reunidos, que creyeron que era una nueva diosa a la que dedicar un cenobio de proscriptos .











14 de abril de 2009

YVES TANGUY

¿Puede ser el surrealismo un estilo de vida? Yves Tanguy, surrealista de origen francés y antiguo marino que empezó a pintar después de la inefable impresión que le produjo un cuadro de Giorgio de Chirico, parece creerlo así.

De esta manera, gracias a su aparición, lo onírico se hizo más que nunca carne de lienzo y se manifestó ante nosotros, espectadores, como una ordalía que habría de probar nuestra inocencia o culpabilidad, según la mirada se sumergiese o no ante lo visto en su obra.

Navegaremos por paisajes oníricos infinitos, avistaremos formas inexistentes en la realidad y existentes en la metafísica del sueño, objetos, seres, maniquíes mecánicos, horizontes ilimitados que subvierten nuestra ancestral codicia de marcar límites, territorios, a lo que es nuestro.

Y nos rodearán gamas irisadas y translúcidas que configuran áreas hasta ahora desconocidas en nuestros estrechos ámbitos de luz, y que nos invitan a un naufragio por esos vastos páramos en los que el silencio es la voz que pinta y describe.

A Tanguy hemos de agradecerle que haya vivido y merced a ello nos haya enseñado lo que nunca sabríamos descubrir.

Las nómadas de Asia han arribado al malecón con sus camellos y su té. Estos buriatos, kamchatkos, tunguzos, ainovos, orochanos, koriakos, matacilíes, batiníes, ismailíes, mazdacos, monofisíes, bectashíes, nugdavidianos, sufíes, hurramitas, serbedarios, cadiríes y hurrufitas, uzbekos, tártaros, azerbaiyanos, chuvashos, turcomanos, bashkiros, kirguises, yakutios, dolganos, karalkapacos, kumykos, haguzos, tuvinos, uyguros, karachevos, chacasos, chulynos, altayos, balkarios, nogayos, turcos, shortos, karaímos y tofalos, quieren quedarse aquí, en nuestro sagrado infierno, sin que haya sitio para todos. No me imagino como acabará esto, le digo a Humberto, pero pintar este mestizaje tan surrealista sólo estaría a la altura de un ser polimorfista, al cual nunca he palpado ni entrevisto. Nos fuimos, entonces, por la penumbra confiando en que el malecón pondría un desorden tal que regulase lo indescifrable.

12 de abril de 2009

SERGIO BARRAGÁN ARÉVALO



Una foto aérea delata mi refugio existencial. Y aunque agudizo la mirada, lo extravío en ese efluvio que transita a lo largo de lo horizontal y que se camufla en un espacio que se reordena en cada segundo de una era de edificación.

Por consiguiente, la construcción pictórica nos ha de situar en el plano que necesitamos para vivir, que es el propio de un urbanismo anímico que forma, color, materia y geometría han diseñado conforme a los designios de una mente que huye de la ceguedad y del caos, que busca la clarividencia de un acomodo que nos proporcione respiro, descanso y espíritu.

Y Sergio Barragán Arévalo, pintor y arquitecto asturiano paisano mío, lo ha comprendido a la perfección. Pues lo ha esquematizado para que lo esencial despliegue su transformación entre recodos, esquinas y vueltas, entre puentes y vías, puertos y obeliscos. La rigurosidad de lo arquitectónico se ve inmersa en una panorámica que fusiona los recovecos, que no se esconden ni ocultan, con las densidades cromáticas de lo exterior, aquello que conforma nuestra guía por calles y avenidas.

Sergio lee en el espacio, y por ello hace confluir en él lenguajes que se citan y confiesan en parque y jardines, en miradas que se reconocen y señales que nos hablan según una versificación plástica que llega a abstraer emociones de nuestros paseos urbanos hasta poner en ellas un trozo de lo que somos y hemos sido.

Nos asaltan las euménides y erinias en el malecón. Humberto y yo nos hicimos los eunucos para salvarnos de la castración. Y no es por lo que se deja de tener sino por lo que duele. Tan desesperados son los gritos de las víctimas que salimos corriendo, para después, en su taller, cuando llegamos, ver claro que necesitábamos otra encomienda.

10 de abril de 2009

CRISTÓBAL GARRIDO LEAL


Dos recios candados aseguran un cortinaje detrás del cual flota una pleamar de silencio nuboso. La acuarela, en este instante, está surgiendo desde otras frondas distintas de las ya tópicamente habituales. Está a punto de romper esas cadenas mohosas sin que esos cerrojos puedan impedírselo a pesar de su fuerza.

Cristóbal Garrido Leal, artista tinerfeño, aborda con una experiencia pictórica consumada los resortes y recursos de una técnica que siempre está llamada a adquirir una vocación plástica de primer orden. Por eso, le ha conferido unas texturas y gamas cromáticas que renuevan la visualización de un plasma que se estaba repitiendo incansablemente. Él ha encontrado un hueco en los límites y lo ha agrandado, impregnándose con ello de la auténtica dimensión del artista.

Y después de esa ruptura viene la concreción de un mundo abierto hecho para caminar sobre un destino de ansias y voluntades, de tierras sin señalar y de ámbitos desnudos.

A mi amigo y pintor cubano Humberto Viñas y a mí nos toca hoy ser penitentes. Andando encapuchados damos un traspié tras otro pero nunca llegamos a caer porque hay una carne oscura que nos sostiene. Así recorrimos todo el malecón y acabamos el rezo. La contrición la perdimos en el viacrucis y ya no hubo perdón. Total, ya no hay quien pueda resucitarnos llegado el momento de la extremaunción.

UMBRALES INCIERTOS