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16 de abril de 2009

TEÓFILO BUENDÍA

  • Siempre hay un espacio que ocupa un vacío hasta que el escultor lo descubre, y al atraparlo se ve obligado a penetrarlo para intuir un cuerpo, un volumen, una forma, un ser o una realidad, en definitiva. Su conciencia es posicional en cuanto que se trasciende para alcanzar y hacer el objeto (Sartre).

    Teófilo Buendía, artista español, en esta obra, envuelta en un sutil misticismo, se posiciona y con ello libera a la madre o diosa Gea de las cadenas que la ataban a su prisión subterránea.


    La ha hecho resucitar y elevarse como un árbol solar que se bifurca a partir de un cilindro inicial y sin llegar a desprenderse de esa peana prisión donde quedan como testimonio las lacias cadenas. Ha dejado atrás una historia, ahora comienza la conquista de otra en la que la creación toma un rumbo distinto.


    Y de ahí que esa apertura inicial y cierre desemboque finalmente en un beso que simboliza las uniones que se dividen para complementarse en lo intrínseco, en lo que culmina toda fusión indeleble. Eso es o querría ser la madre tierra, sin duda.


    Creo que es una talla modesta, de ánimo reposado pero que exige al observador que se concentre en ella tal si fuese un ídolo de madera, después de haber sido la condena de un foso vacío de aire con grilletes.
  • La tragedia estaba anunciada pero mi amigo Humberto, tal era su pasión, no lo había advertido. Yo se lo auguré pero no puso el oído. Y le pasó lo mismo que al gran pintor georgiano Niko Pirosmanishvili que sólo pintaba pantagruélicas cenas que nunca llegaría a probar. Le pintó un retrato al gran amor de su vida, Margarita, con su boca enorme, sus ojos saltones, sus orejas colosales, para regalárselo. Desde entonces vivió solo y abandonado.

    Lo mismo hizo Humberto a su Lionela, pero añadiéndole dos senos asimétricos, un culo del tamaño de la isla y unas piernas para pisar enanos, con lo cual se encontró con lo que cabía esperar (menos él): improperios, insultos a su masculinidad, maldiciones, acusaciones, afrentas, un abandono furioso y si te he visto no me acuerdo. Lo recogí en el malecón al alba cuando iba enseñando el retrato a los babalaos allí reunidos, que creyeron que era una nueva diosa a la que dedicar un cenobio de proscriptos .











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