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12 de abril de 2009

SERGIO BARRAGÁN ARÉVALO



Una foto aérea delata mi refugio existencial. Y aunque agudizo la mirada, lo extravío en ese efluvio que transita a lo largo de lo horizontal y que se camufla en un espacio que se reordena en cada segundo de una era de edificación.

Por consiguiente, la construcción pictórica nos ha de situar en el plano que necesitamos para vivir, que es el propio de un urbanismo anímico que forma, color, materia y geometría han diseñado conforme a los designios de una mente que huye de la ceguedad y del caos, que busca la clarividencia de un acomodo que nos proporcione respiro, descanso y espíritu.

Y Sergio Barragán Arévalo, pintor y arquitecto asturiano paisano mío, lo ha comprendido a la perfección. Pues lo ha esquematizado para que lo esencial despliegue su transformación entre recodos, esquinas y vueltas, entre puentes y vías, puertos y obeliscos. La rigurosidad de lo arquitectónico se ve inmersa en una panorámica que fusiona los recovecos, que no se esconden ni ocultan, con las densidades cromáticas de lo exterior, aquello que conforma nuestra guía por calles y avenidas.

Sergio lee en el espacio, y por ello hace confluir en él lenguajes que se citan y confiesan en parque y jardines, en miradas que se reconocen y señales que nos hablan según una versificación plástica que llega a abstraer emociones de nuestros paseos urbanos hasta poner en ellas un trozo de lo que somos y hemos sido.

Nos asaltan las euménides y erinias en el malecón. Humberto y yo nos hicimos los eunucos para salvarnos de la castración. Y no es por lo que se deja de tener sino por lo que duele. Tan desesperados son los gritos de las víctimas que salimos corriendo, para después, en su taller, cuando llegamos, ver claro que necesitábamos otra encomienda.

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