Estos músicos merodeadores que acechan nuestra mirada nunca descansan. Te despiertan al alba y ya te están interrogando con sus instrumentos. Les parezco un ser horroroso y fanático, perteneciente a un género humano que siempre está odiándose.
Ellos conciben la belleza que encierra su naturaleza como la única vía para construir una vida en paz, lejos de la barbarie humana. Jamás disputan, constantemente interpretan, dialogan e inquieren.
Son creadores de una obra que satisface sus propias necesidades musicales y estéticas y utilizan a un humano, James Ensor, como el catalizador de los significados ocultos que quieren seguir siéndolo, pues nunca seremos capaces de determinar ni dar por concluido hasta qué punto el espíritu humano puede sumergirse en sus secretos (Goethe).
Mi amigo Humberto y yo nos asomamos a su mundo, del que precisamos conocer su esencia para imbuirnos de su historia. Divisamos entonces un horizonte puro, autónomo, lleno de líneas desnudas, de concavidades escondidas, de hondas matrices, y quedamos absortos, en silencio, hasta que nos dimos cuenta de la que la esencia es ignorancia de su propia finalidad.
Perpetuamente nos enfrentamos a los dichosos y desdichados límites y perpetuamente renegamos por nuestro desamparo, que sin el ron sería un cercado para convertirnos en habitantes en tinieblas.